El período 1990-2005 contiene los diez años más calurosos que se hayan registrado jamás. Hemos experimentado los diversos peligros que tenemos por delante: huracanes intensificados, sequías masivas, incendios forestales, epidemias e inundaciones. El clima está cambiando y habrá otros fenómenos.
El cambio climático se equipara con el “calentamiento global”pero implica mucho más. La concentración, cada vez mayor, del dióxido de carbono y otros gases causantes del efecto invernadero intensifica las tormentas y los huracanes, ocasiona sequías e inundaciones y, al fundir los glaciares y mantos de hielo, eleva el nivel del mar. Hasta provoca alteraciones químicas en los suelos y los océanos: la mayor acidez de éstos constituye una amenaza para los arrecifes de coral.
Aunque ignoramos las pautas exactas del cambio, todos apreciamos los riesgos que correrá el mundo si mantiene su rumbo actual. No obstante, Estados Unidos se ha negado a firmar el Protocolo de Kyoto. Y este acuerdo poco hace para modificar a largo plazo el curso de los acontecimientos mundiales ya que, hasta 2012, sólo pide pequeñas medidas.
Las acciones requeridas son difíciles de proponer porque apuntan al corazón del consumo energético mundial, en particular, el uso de combustibles fósiles (hulla, petróleo y gas). Al quemarse, estos combustibles liberan en la atmósfera dióxido de carbono, fuente principal de los gases (cada vez más abundantes) que provocan el efecto invernadero. Pero la economía mundial depende de ellos y, a medida que sus economías crezcan, los países en desarrollo tendrán que aumentar su consumo, en lugar de disminuirlo. Aun cuando el petróleo y el gas se agotaran en un futuro cercano, abundará la hulla y podríamos convertirla en combustibles líquidos para automóviles y otros usos, a un costo relativamente bajo.
Por desgracia, las fuentes de energía limpias y renovables que no emiten dióxido de carbono, como la eólica y la geotérmica, todavía son insuficientes. Podemos generar energía solar en la escala requerida, pero con las tecnologías actuales resulta demasiado costosa. La energía nuclear es relativamente barata y podría abundar, pero plantea enormes riesgos de que proliferen aún más los materiales para armas nucleares.
Así pues, los combustibles fósiles abundan, pero son nocivos; los renovables, como el viento, son buenos para el clima, pero no abundan; la energía solar abunda, pero es cara, y la nuclear también abunda, pero no es segura.
Las tecnologías mejoradas pueden sacarnos de este atolladero, pero sólo si pensamos y actuamos con previsión. Hay dos clases principales de tecnologías aparentemente más prometedoras. La primera consiste en conservar la energía usando vehículos que gasten menos combustible. Los nuevos autos híbridos, cuya pionera fue Toyota, utilizan la gasolina y la electricidad para duplicar, aproximadamente, el rendimiento de aquélla. Una transición masiva hacia vehículos que aprovechen mejor el combustible sería un gran avance, en especial dada la proliferación de vehículos en China, la India y otros países en desarrollo.
La segunda tecnología importante y prometedora es la “captura y el almacenamiento del carbono”. La idea es “capturar” el dióxido de carbono que emiten las usinas y las grandes fábricas al quemar combustibles fósiles y, de ese modo, impedir su ingreso en la atmósfera. El carbono capturado se bombea hacia depósitos subterráneos (por ejemplo, yacimientos petrolíferos agotados) y otros lugares aptos. Ya se han demostrado todas las etapas clave de la tecnología –capturar el dióxido de carbono, inyectarlo en gasoductos y depositarlo bajo tierra–, pero todavía no se han ensayado en gran escala. Sin embargo, hay pruebas fehacientes de que esos ensayos, y la posterior puesta en práctica, no tendrían un costo mundial exorbitante.
El problema es hacerlo en el momento oportuno. La transición global hacia los vehículos híbridos y otras tecnologías eficaces llevará décadas. Lo mismo cabe decir de la conversión de las usinas para que capturen y almacenen el carbono. Si nos demoramos en conversaciones, debates y planes, nos toparemos con los peligros del cambio climático. El mundo tiene que empezar a actuar pronto, muy pronto, si quiere descabezar las amenazas más graves.
Todas las regiones importantes de la Tierra deben participar en esto. Los países actualmente en desarrollo todavía no son grandes emisores de dióxido de carbono, pero lo serán a medida que sus economías crezcan. En consecuencia, todos los países, ya sean desarrollados o en desarrollo, tienen que desempeñar su papel. El de las naciones ricas es ayudar a las pobres a cubrir los costos de la adaptación.
Por Jeffrey D. Sachs
El autor es profesor de economía y director del Earth Institute, en la Universidad de Columbia.
Comentario:
Si el hombre interviene sobre la naturaleza sin abusar de ella ni dañarla, se puede decir que interviene no para modificar la naturaleza, sino para ayudarla a desarrollarse en su línea, la de la creación, la querida por Dios. Trabajando en este campo, sin duda delicado, el investigador se adhiere al designio de Dios. Dios ha querido que el hombre sea el rey de la creación. En el fondo, es Dios mismo quien ofrece al hombre el honor de cooperar con todas las fuerzas de la inteligencia en la obra de la creación. Compendio DSI, 460.
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