viernes, 29 de agosto de 2008

La identidad de los laicos


Por: Luis Horacio Casella Sacerdote de Quilmes

Desde que el Iluminismo del siglo XVIII y las consecuentes Revoluciones de la Burguesía desplazaran definitivamente la cultura del medioevo y el modelo de cristiandad, la humanidad se ha visto afectada, para bien o para mal, por una cierta pérdida del teocentrísmo que la había caracterizado hasta entonces.

La autonomía de lo laico, el anticlericalismo, el culto a la “diosa razón”, el ateísmo imperante en las visiones antropológicas, en definitiva una cultura prescindente de Dios ha ido dando lugar, sin lugar a dudas, a una fuerte crisis cultural, donde la autosuficiencia humana ha demostrado ser incapaz de satisfacer las necesidades más elementales del hombre: el sentido último de su existencia, que, en definitiva, le marca los valores con los que ha de vivir tanto en su vida individual como en su vida social.

No sin dificultades la Iglesia ha sabido reconocer la autonomía de lo secular, pero, sin renunciar a su misión evangelizadora, que la compromete a ordenar los asuntos seculares según el proyecto de Dios.

La primavera que representó para la Iglesia el Concilio Vaticano II dejó en claro que el camino para llevar adelante la misión de transformar las realidades de acuerdo al designio del Creador es el del diálogo con el mundo. Pero también definió con certeza que el protagonismo y la corresponsabilidad de los laicos es irrenunciable para la concreción de la construcción de una sociedad que responda a los valores del Reino.

Hoy somos plenamente conscientes, desde los desafíos señalados por Aparecida, que bautizar cada vez más personas o extender las fronteras de la misión “ad gentes” no es suficiente para lograr la transformación social de la que hablamos. Además de anunciar a Jesucristo es necesario que se adhiera a su persona y a su proyecto de vida. La concreción de una sociedad más justa dependerá exclusivamente de la madurez de cada uno de los bautizados. Un claro acento en la afirmación de la identidad de cada bautizado logrará, por irradiación y no por declamación, reinstalar los valores en crisis.

Esta maduración bautismal es, en definitiva, uno de los grandes desafíos que debemos afrontar en la Iglesia que nos toca vivir. Pero es particularmente el compromiso y la participación de los laicos lo que debe ocuparnos de una manera especial. Hay tres aspectos de esta maduración que considero urgentes de abordar.

Un primer aspecto que deberíamos considerar es la relación entre presbíteros y laicos. En muchos aspectos hemos desarrollado, como pastores, una relación bastante paternalista respecto de los laicos, subestimando en muchas ocasiones la capacidad y el don de Dios que hay en ellos. Consecuentemente se ha desarrollado, por parte de los laicos, una actitud cómoda en la que se termina esperando todo del sacerdote. Deberíamos fortalecer una conciencia de corresponsabilidad y una relación más horizontal y fraterna que nos permita descubrir la complementariedad de los roles.

Muy relacionado a este aspecto hay que considerar el tema de la formación de los laicos. Los laicos son los que tienen que responder cotidianamente a más interrogantes que los curas y la sola catequesis de iniciación es totalmente insuficiente para dar estas respuestas. Deberíamos dejar de pensar que la formación filosófica, bíblica y teológica es solo necesaria para el clero y que el magisterio de la Iglesia tiene un lenguaje críptico para los laicos. Abordar una formación que involucre un proceso espiritual y también intelectual en la base de nuestras parroquias y no solo en institutos especializados es otro desafío que debemos abordar.

Un segundo aspecto que habría que tener en cuenta es la comprensión del concepto “promoción del laicado”. Si bien es cierto que nuestras comunidades eclesiales necesitan cada vez más del compromiso de los laicos en lo que hace a las tareas de animación y evangelización, con frecuencia se cae en una clericalización consensuada de los laicos, y hasta en ocasiones en una suerte de fuga mundi en lo que hace a su espiritualidad. Por otra parte, no pocas veces los sacerdotes nos ponemos a la vanguardia de luchas seculares relegando a los laicos a tareas domésticas de la parroquia y olvidándonos y haciendo olvidar que es a ellos que les compete ser vanguardia en lo que al mundo se refiere. Y no hay que olvidar que nos cuesta o no sabemos acompañar a quienes asumen compromisos ciudadanos.

Finalmente creo que deberíamos abordar seriamente el tema de la iniciación cristiana. Hoy notamos la marcada incidencia de una experiencia religiosa consumista, donde lo sagrado juega entre la oferta y la demanda, y donde el don de Dios no se asume como tarea. Si bien esto facilita la aparición de falsos profetas, garúes y devociones y prácticas religiosas que rayan con lo pagano, no deberíamos dejar de considerar la frivolización de los sacramentos, donde lo sagrado queda sepultado debajo de un sinnúmero de cosas secundarias que alejan del auténtico encuentro con Jesucristo o de cualquier compromiso con la maduración de la fe y en las que quedamos atrapados. Ciertamente que abordar la iniciación cristiana como camino de encuentro con Cristo que invite a su seguimiento y que fortalezca la identidad cristiana de los bautizados es otro de los serios retos que debemos afrontar.

Ciertamente y parafraseando a Juan Pablo II, la evangelización del siglo XXI ha de ser tarea primordial de un laicado maduro, conciente de su identidad y de su misión, y esta ha de ser la tarea en la que como clero debemos dedicar nuestro mejor empeño.


Fuente: San Pablo On Line www.san-pablo.com.ar


Comentario

por María Inés Maceratesi


¡Qué buen artículo!. Me tomé la libertad de destacar en "negrita" los aspectos más relevantes del mismo, por lo menos en lo que hace a la misión de los bautizados. Ojalá que, como dice el Padre Casella, el clero dedique todo el empeño necesario para promover un laicado maduro. Creo que se necesita trabajar en el redescubrimiento del Bautismo como don y tarea pues, en los encuentros de preparación de padres y padrinos, se advierte en muchos adultos, que quieren bautizar a sus hijos para que reciban el don de Dios pero, no está presente el compromiso de vida para la transformación de la sociedad, se piensa que la misión está únicamente dentro de la Iglesia y no fuera, de ahí que, al no tener vocación hacia adentro, se alejan.

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