lunes, 8 de octubre de 2007

Reconocer nuestro límite


El descanso es sumamente necesario para la salud psicológica. Lamentablemente vivimos aceleradamente y nos cargamos con urgencias y exigencias que terminan sumiéndonos en un estilo de vida en el que solamente tiene valor aquello que, en lugar de impulsarnos a vivir de manera natural y armónica, lesiona nuestra calidad de vida. Y así van deteriorándose la salud y los vínculos afectivos.


Vivir en un estado de ansiedad permanente impulsa al ser humano a querer evadirse de alguna manera de sí mismo y de su realidad circundante. Para paliar este estado, se recurre cada vez con mayor frecuencia al alto consumo de estimulantes como el alcohol, el tabaco, los fármacos, las drogas ilegales y tóxicos varios, todos estímulos artificiales que se consumen buscando modificar un estado real con la ilusión de acceder a un estado más placentero pero irreal.


Creemos y nos convencemos o nos convences de que el mundo del hacer, la búsqueda de rédito económico como consecuencia del hacer, es la mejor manera de ser reconocidos en medio de una cultura que no valora la contemplación, la satisfacción por las pequeñas cosas y el disfrute de poner los sentidos a saborear la abundancia de la vida.


Asi van surgiendo nuevas enfermedades producto de una civilización que considera tiempo productivo al invertido en ganar dinero y tiempo improductivo a todo lo que signifique lentitud o se realice gratuitamente.
La forma de trabajar, de relacionarnos, todo se vive con urgencia y sin tiempo, con agitación e intranquilidad.

Paradójicamente, la depresión aqueja a un elevado número de personas que habita en las grandes ciudades, la obesidad agobia a mucha gente, especialmente niños y jóvenes debido a un desorden general en el que no se encuentra el tiempo para la práctica de hábitos saludables.
La exigencia que sobrepasa los límites naturales de cada persona produce desde fatiga crónica, fobias, ataques de pánico, desórdenes digestivos, problemas circulatorios, alergias diversas y enfermedades autoinmunes, acarreando una carga emocional extra que termina en bloqueos físicos y emocionales.

El estado de ánimo está relacionado con nuestra forma de vivir, pensar, sentir y con cada actividad que realizamos en nuestro día a día. El estrés es el trastorno de este tiempo y el desencadenante de las llamadas enfermedades de la civilización.
El estrés es la consecuencia del exceso de preocupación y tensión, estado en el que la mente no puede parar de hacer elucubraciones y especulaciones.

Se vive pensando, deliberando qué tareas hacer, cuánto dinero se necesita para vivir, cómo tener éxito; en definitiva, se vive continuamente pensando en el mañana perdiendo la capacidad para detenernos en el aquí y ahora.

La vida tiene sus tiempos y sus ciclos y, si no son respetados o si son ignorados, surge la desesperanza, una sensación permanente de miedo que nos lleva a un pensamiento reiterativo y mecánico. La vivencia es la de no poder parar de pensar, lo cual nos mete en un círculo vicioso que termina por enfermarnos y apartarnos de nuestros afectos más cercanos y de todos aquellos con los que podríamos relacionarnos.
Algo que comienza con la falta de descanso termina en enfermedad y en la visita a médicos, psicólogos y especialistas varios en búsca de la salud perdida.

La solución no es fácil, no es mágica y sobre todo, desconoce la urgencia que tenemos por superar ese estado de desequilibrio. La solución llega de a poco, atendiendo a la totalidad de la persona, al trabajo inverso al que nos llevó a ese estado, se produce de adentro hacia fuera, adquiriendo hábitos de control sobre las emociones destructivas, reconociendo la necesidad del reposo, concediéndonos el placer del descanso y del ocio creativo para que se vayan regenerando las funciones vitales. En el descanso experimentamos la quietud y sólo en ella y en el silencio que de ella deriva, todo el potencial humano se vivifica y repone.

Tomar conciencia de nuestras limitaciones, reconocer que no podemos vivir haciendo más de lo humanamente posible y darnos tiempo para la contemplación, el gozo, la alegría, la sencillez, el disfrute de la compañía de los afectos y la espiritualidad son algunos de los caminos para recuperar el bienestar perdido a causa de nuestra negativa percepción de lo que la vida nos reclama.

Textos: María Inés Maceratesi


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