sábado, 5 de febrero de 2011

¿Miedo a la muerte?


Por
Javier Úbeda Ibáñez

La sociedad actual ha secuestrado la muerte. Podría decirse que hoy se tiene una cierta tendencia a escapar de la conciencia de la muerte. Hace 40 años, los niños veían morir a sus abuelos en casa, hoy los tanatorios han suplido el proceso de duelo y se ha establecido un cierto tabú con este concepto. La gente no se lo plantea, o lo vive con indiferencia. Con esta mentalidad no se valora un hecho de vital importancia, con el que tarde o temprano todos tendremos que enfrentarnos.

La sociedad actual se percibe a sí misma como algo atemporal; las personas cada vez se perciben menos como alguien inmerso en la temporalidad, con un pasado, un presente y un futuro. Mucho menos frecuente es que se plantee el tema de la eternidad del alma. Esta sociedad se limita a vivir el ahora, y por eso prima un tipo de persona vacía y sin proyectos. El hecho de no afrontar el pasar del tiempo catapulta a la persona al hedonismo, al consumismo y al carpe diem. Estas actitudes conducen irremediablemente a considerar la muerte como un tabú, y a poner en marcha mecanismos de huída y evitación ante un hecho que es inevitable.

Cuando a una persona se le anuncia que le quedan apenas unos días de vida, la inicial reacción de pánico les mueve a tratar de escapar de su vida cotidiana y a tratar de modificarla. Esta reacción constituye un indicador de que su vida no era auténtica, no era plena. Se experimenta así el drama de la vida inauténtica: la que se realiza de espaldas a la muerte. La verdadera vida plena y auténtica es aquella en la que se está seguro de que lo que se hace tiene sentido, y, por tanto, no hay que cambiar la manera de proceder ante la desgarradora noticia de la muerte personal. Una vida es auténtica cuando en ella se acoge la propia muerte como una característica más de la condición humana y, por eso, cada día se vive como si fuese el último, procurando sacar lo mejor que cada uno lleva dentro para ponerlo al servicio de los demás.

Cuando una persona dispone de unas convicciones religiosas que le permiten trascender la atemporalidad personal, percibe con cercanía y serenidad el proceso de la muerte. La fe no es algo irracional o extraño; la fe nos aporta un sabio realismo sobre la condición humana. La religión que se encarna, mediante el compromiso, en el interior del hombre nos aporta la solución de no vivir engañados frente al proceso de la muerte. Lo importante es que esas creencias estén bien fundamentadas y arraigadas, es decir, vividas. Si no lo están, es fácil caer en la conducta supersticiosa del horóscopo, el tarot, etc. Ésta es la vana esperanza, alimentada de falsas expectativas irracionales, en que se incurre cuando se niega la relevancia de la fe religiosa.

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