lunes, 14 de marzo de 2011

La ira nuestra de cada día



Por María Inés Maceratesi

Cómo erradicar la ira que se va enquistando en nuestro ser es una de las preocupaciones que nos asaltan día a día. No podemos dominarnos y nos levantamos a la mañana con las facciones crispadas por haber dormido contracturados y quizá con la radio encendida para evadirnos un poco del estrés generado durante el día.

Lamentablemente no nos damos cuenta pero de esa forma nuestra mente sigue captando más motivos que nos aumentan el grado de crispación. Esta ira que está presente en la mayoria de los seres humanos va deteriorando las relaciones en la familia, al punto tal que comienza a generarse un círculo vicioso que provoca que, ante el menor estímulo alguien estalle.

La cosa comienza con el paulatino aumento del tono de voz y sigue con una superposición de voces que hace que nadie escuche a nadie, todos hablan a la vez y sin entender lo que quiere decirle el otro.

Es difícil salir de una situación como la descripta porque nadie es capaz de generar un espacio de silencio para que sobrevenga la calma. Se deterioran las relaciones familiares y se diluyen las ganas de pasar tiempo juntos porque cada tiempo compartido no sirve, no posee la calidad que debería tener para que sea un verdadero compartir.

El compartir tiene ciertas características pero sobre todo está signado por el amor, el amor que todo lo puede, hasta hacernos callar ante la ira de otro para no generar aún más rebeldía y enojo.

Saber callar a tiempo no es mostrar inferioridad de condiciones, es simplemente tratar de evitar un mal mayor. De todos modos la tentación de responder al ojo por ojo y diente por diente está presente en cada uno de nosotros y quizá no podemos ponerle un freno; todo dependerá de nuestra decisión y de nuestra templanza.

A veces en una familia conviene más aplazar el tratamiento de una cuestión hasta que se de el momento adecuado en el que cada miembro de la misma esté dispuesto a dialogar poniendo en práctica todos los elementos que componen un diálogo: apertura al tú, escucha atenta, correcta interpretación de los mensajes que recibimos de la otra persona, fijarse si todos entendemos lo mismo ante la pronunciación de un determinado vocablo para que no se genere una mala interpretación, estar dispuestos a esperar el momento oportuno para emitir nuestra opinión y algunos componentes más.

Pero vale la pena ejercitarse para el diálogo porque de ello depende la armonía, no sólo familiar sino social, dado que todo lo que sucede adentro de la familia, termina repercutiendo afuera, y en estos tiempos que corren la ira es la enemiga número uno del diálogo y todo cuanto hagamos para dominarla redundará en beneficio de todos y de cada uno.

1 comentario:

Susana Pastori dijo...

Muy buena refleccion.
Mi colaboracion: Hay que templar el espiritu para dominar nuestra ira y llevarla a energia positiva.
Susana Pastori