1.La justicia
La convivencia humana debe regirse por la justicia que consiste en dar a cada uno lo suyo, es decir, aquello que le corresponde. La justicia social se descubre en la ley natural que es la ley de la razón del hombre y nos dice que se debe hacer el bien y evitar el mal.
Esta ley de la razón o ley natural se contiene en el Derecho natural que la recoge y detalla y, a su vez, inspira el Derecho positivo, las leyes que nos damos los hombres para dirigir y administrar la sociedad. El Derecho positivo no puede estar en contradicción con el Derecho natural[1], éste tampoco puede estar en contradicción con la ley natural ni ésta con la justicia. Por esto podemos decir que una ley concreta es justa o, por el contrario, es injusta si no ha respetado los principios de justicia que se contienen en la ley natural[2].
Pero la ley natural no dispone cómo ha de ordenarse la economía en un país con unas circunstancias de tiempo y lugar concretas. Esto le corresponde a la ley positiva: a la ley positiva de ese tiempo y lugar que es histórica. La ley natural ordena que en política se debe procurar el bien de todos los ciudadanos y se debe evitar el mal de todos los ciudadanos. El bien de todos los ciudadanos es el bien común que es tanto como que en política se debe procurar la justicia social y la paz de una sociedad.
Porque la política no consiste simplemente en conseguir el poder y mantenerlo por todos los medios con una visión maquiavélica de la política para quien las leyes no serían más que un estorbo y transformarlas para mantener el poder se convertiría en una prioridad[3].
La política está al servicio del hombre, para mejorar su vida. Y el ser humano es, por de pronto, capaz de apreciar la vida, el amor, la justicia, el trabajo bien hecho, la amistad, la búsqueda de la verdad...[4] Querer servir al hombre significará como primera medida respetar al sujeto de todas esas capacidades y procurar su crecimiento y desarrollo en todas las dimensiones del mismo.
2. La política
Existe otro sentido más noble de la política que no concibe el poder como el derecho del más fuerte, ya sea fuerza física o fuerza numérica de la mayoría. Sino que entiende que la política es lo más racional, es decir, lo más conveniente y razonable a las personas, que viene a ser lo más justo y correcto. Nos volvemos a encontrar con lo más natural.
Hacer política se convierte así en concretar la ley natural en un tiempo y lugar determinado, en una realidad concreta para convertirla en justa y equitativa. El político que se propone conseguir el bien común no pretende un cambio radical de la realidad social y del mundo como si se tratara de una revolución social porque esto iría contra la paz social y también contra la justicia. Al contrario, el político que quiere hacer el bien común busca la mejora del presente teniendo en cuenta la historia de esa sociedad concreta e histórica, porque de lo que se trata es de conseguir la paz y la justicia social.
Y en esta tarea de conseguir el bien común y aplicar la ley natural en la ley positiva no es buen político el que sólo se limita a reconocer la ley natural y a respetarla. Esto es necesario pero no es suficiente. Sí se puede afirmar que el político que no respete la ley natural será un mal político porque no busca el bien común, sino su propio interés, o el de su grupo, y a la postre, no será un buen gobernante, sino un tirano.
El buen político además de respetar la ley natural debe aprender a llevarla a la práctica en un tiempo y lugar determinados y concretos, con unas circunstancias históricas concretas y no con otras. El buen político tiene la tarea de conseguir el bien común y esto se consigue armonizando la paz social —que consiste en asegurar la seguridad para las relaciones sociales de todos— y la justicia de la sociedad —que consiste en reconocer a cada uno lo que tiene derecho y el ejercicio de su libertad—.
3. El político
Para conseguir el bien común el político necesita temple, fortaleza para gobernar sin violencia, y también necesita retórica, para convencer a los ciudadanos. Porque no se gobierna a piedras que no sienten ni padecen ni piensan, sino que se gobierna a seres libres e inteligentes a los que es preciso convencer con argumentos verdaderos y no engañar con mentiras[5].
Este bien común que consiste en la paz y la justicia sociales que el político quiere instaurar en la sociedad no es la simple suma de los intereses particulares de los ciudadanos. No es un sumatorio o resultado de los intereses de la mayoría de los ciudadanos. Si esto fuera así, siempre existirían unos ciudadanos —la minoría— para los que no se habría conseguido el bien común, sino el bien de los otros, el de la mayoría.
El bien común no es equivalente al bien de la mayoría, porque entonces el bien común no es el bien de la minoría y ya no sería común. Si el bien es común ha de serlo tanto a la mayoría como a la minoría, es decir, a todos. El bien común es el bien de todos y cada uno de los ciudadanos. Y este bien en el que participan todos los hombres no es otro que la propia naturaleza que tienen en común y se rige por la ley natural o ley de la razón del hombre.
La verdadera racionalidad no queda asegurada por la mayoría de los hombres, sino solamente por la transparencia de la razón humana ante la Razón creadora y por la escucha de esta Fuente de nuestra racionalidad[6].
Esto nos hace preguntarnos ¿cuál es la verdad del hombre?, ¿quién es el hombre realmente? Responder a estas preguntas implica tener un conocimiento íntegro del hombre y renunciar a los conocimientos parciales y sólo científicos del hombre. Ante las distintas opiniones sobre el hombre, podemos afirmar que existe una verdad sobre el hombre, no es una simple opinión más contrastable con otras y a la postre prescindible. No. La verdad del hombre es una realidad necesaria, de la que no se puede prescindir.
Será difícil encontrar la verdad del hombre. Pero empezar por buscarla y creer en su existencia nos sitúa entre los que creen en la verdad como pasión, entre los que tienen el temple de pensar que es el estudio, el aprendizaje y la conversación racional el único camino para la resolución de los problemas comunes y para la mejora del mundo y de la sociedad[7]. Hacer un alegato a favor de la verdad es una manifestación de confianza en el hombre, al que no se da por perdido definitivamente.
El bien común de los hombres se concreta en aplicar en unas circunstancias históricas determinadas la ley natural, es decir, en inspirar las leyes positivas concretas, históricas y determinadas de un país y nación con los principios de la ley natural común a todos los hombres para conseguir hacer el bien y evitar el mal en este momento concreto y determinado de un país y nación.
En sociedad no se trata de imponer las propias ideas, sino de buscar la verdad del hombre. Esto lo podemos —lo debemos— hacer todos y entre todos, no solamente los cristianos, porque la verdad no es extraña a ningún hombre de bien.
Textos: Felipe Pou Ampuero
[1] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Librería Eiditrcie Vaticana, Ciudad del Vaticano, n.142.
[2] Benedicto XVI, Discurso en la Pontificia Universidad Lateranense, Ciudad del Vaticano, 12 de febrero de 2007.
[3] Ana Marta González, Aspirando a la ley natural, Nueva Revista, nº 105, mayo-junio 2006, p.145.
[4] Ana Marta González, Aspirando a la ley natural..., p.142.
[5] Ana Marta González, Aspirando a la ley natural..., p.146.
[6] Benedicto XVI, Duscirso a la Comisión Teológica Internacional, Ciudad del Vaticano, 5 de octubre de 2007.
[7] Alejandro Llano, La verdad como pasión. Nuestro Tiempo, mayo 2005, nº 611, p.17.
Fuente:www.periodistadigital.com
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