viernes, 29 de febrero de 2008

La figura del catequista, pieza clave


Me dirijo a ti, creyente que eres catequista en una comunidad cristiana de un lugar de la geografía que yo no conozco. Te lo han dicho muchas veces, pero te lo vuelvo a decir: tú eres una pieza clave en el engranaje de la comunidad.
A ti te toca “hacer la fe y la teología audible, papilla para principiantes”. Tú tienes que traducir al lenguaje de los niños y adolescentes o de los jóvenes y adultos fórmulas de fe que son muy “espesas”. Lo haces buscando comparaciones, poniendo ejemplos que te salen de la vida. Unos escriben libros gruesos. Tú tienes que decir lo básico de la fe y lo tienes que decir de manera que no se te aburran los miembros del grupo. Esa es tu grandeza y ahí está el riesgo y el cansancio que algunas veces sientes cuando cuando dices: “Es que ya no sé cómo decir las cosas”. Lo que tú haces no lo saben hacer los sesudos teólogos. ¡Qué va!

Nada que no sepas

Tú, que estás a pie de obra, sabes muy bien que la catequesis hoy no es la institución bien organizada y dinámica de hace unos años. Percibes, sin necesidad de ir a ninguna universidad, que algo no va como iba. Y tienes toda la razón. Hay muchos que hoy intentan reflexionar sobre lo que está pasando y no creas que tienen demasiadas cosas claras... Se van aclarando. Cuesta decir: Hay esto y esto y se hace así. Me gusta mucho una cita de los Obispos franceses en su “Carta a los Católicos de Francia” que dice: Rechazamos toda nostalgia de épocas pasadas en las que el principio de autoridad parecía imponerse de manera indiscutible. No soñamos con un imposible regreso a lo que se denominaba la cristiandad. En el contexto de la sociedad actual es donde queremos poner por obra la fuerza de propuesta y de interpelación del Evangelio sin olvidar que éste es susceptible de contestar el ordenamiento del mundo y de la sociedad, cuando este ordenamiento tiende a hacerse inhumano. En resumen, pensamos que los tiempos actuales no son más desfavorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos de nuestra historia pasada. La situación crítica en la que nos encontramos nos impulsa, al contrario, a ir a las fuentes de nuestra fe y a hacernos discípulos y testigos del Dios de Jesucristo de una forma decidida y racial.

Estamos cambiando de mundo y de sociedad. Un mundo desaparece y otro está emergiendo sin que exista ningún modelo preestablecido para su construcción.

A tientas

Lo que nos dicen los Obispos del país vecino es que tenemos que hacernos a la idea de que el futuro no se hace tomando referencias del inmediato pasado. Es normal en nuestro funcionamiento de educadores echar mano de lo que hicieron con nosotros, de lo que vimos hacer, de lo que nos dijeron. Seguro que te has hecho preguntas como éstas al preparar una catequesis: ¿Qué hice el año pasado? ¿Qué se suele hacer? ¿Cuál es la costumbre del lugar? Estas preguntas iniciales pueden tener algo de valor. Pero aunque conozcamos la respuesta, es posible que la respuesta no nos valga hoy y tengamos que lanzarnos con celo apostólico (y no a lo loco!) a construir el futuro sin las referencias anteriores. Es un reto apasionante. Vivimos un tiempo rico en creatividad.

Esto nos toca

La figura del catequista está “tocada” por esta realidad de la catequesis. En el imaginario colectivo hemos ido haciendo una silueta bien determinada de lo que es un catequista de niños, de preadolescentes, de adolescentes, de jóvenes y no sé si de adultos (me temo que no porque los adultos dan miedo). Nosotros mismos hemos interiorizado una forma de ser catequista que proviene de lo que vemos y de los catequistas que a nosotros nos “dieron” catequesis. Nosotros nos sentimos catequistas de una determinada manera.

Recordamos, posiblemente, la bondad de los catequistas que nos atendieron en la catequesis o su forma de hacer catequesis o la edad que tenían. Hubo un tiempo (y todavía hay parroquias que siguen así) que ser catequista era el final normal del día después de la Confirmación.

Todo ello tenía una explicación lógica dentro de una manera de concebir la totalidad de la institución llamada catequesis.

Cuando esta institución se replantea y se quiere ajustar mejor a la realidad de la Iglesia y del mundo, también la figura del catequista es alcanzada y tocada para ser retocada y reinterpretada.

El catequista que sueño

Un catequista que sabe dar razón de su fe no sólo porque sabe cosas que ha leído, sino porque, además, narra la fe que vive.

Un catequista que tiene experiencia de vida cristiana; esta experiencia exige una determinada edad. Hay realidades humanas que llegan con los años, se viven cuando es “el tiempo”. Es verdad que el Espíritu de Jesús hace maravillas y hay santos de 14 años. Pero “ser joven” no es una carta credencial para ser catequista o para entender a los niños y a los jóvenes. Hay educadores, catequistas, fundadores, santos que eran el encanto de los niños y de los jóvenes. Lo central para ser catequista no es la pregunta ¿cuántos años tienes?, sino la madurez humana y cristiana que el catequista ha adquirido.

Un catequista que se sabe encontrado por Dios y que encuentra a Dios en la Palabra, en la vida, y en la acción pastoral que realiza. Porque se siente encontrado por Dios y porque sigue encontrando a Dios en la palabra, en la oración, en la vida, en la reflexión y estudio es capaz de poner a otros en camino para dejarse encontrar y para que encuentren a Dios. Si, como hemos dicho más arriba, estamos en un momento en el que no nos podemos referir a lo que hicieron con nosotros, tenemos que tener cierta capacidad de reflexión, de búsqueda, de ir a las fuentes de la tradición eclesial. No inventamos desde cero, sino en el contexto de una tradición eclesial que nos precede y que ha pasado muchas historias tan difíciles o peores que la nuestra.

Un catequista que es maestro. La palabra maestro aquí la entiendo en un sentido muy amplio: maestro de vida. Para vivir no nos basta tener muchas cosas en la cabeza. Tenemos que tener la cabeza bien amueblada, al menos con lo esencial. Pero tenemos que saber vivir. Una madre, un padre, un director espiritual, un acompañante es el que nos alienta y nos ayuda a vivir, sobre todo en esos momentos en que “tenemos la teoría”, pero no sabemos hacerla práctica. Un acompañante no hace el camino a nadie, pero da pistas para que cada uno haga su camino. Un maestro no da por hecho que se ha llegado a la meta, sino que da perspectiva y señala que queda mucho por hacer.

Un catequista que sea comunicador. “La finalidad de la formación (del catequista) busca, por tanto, que el catequista sea lo más apto posible para realizar un acto de comunicación” (DGC 235). Un catequista que sienta “celo” por anunciar el Evangelio hoy a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que son los que son, que son como son, aunque puedan ser de otra manera, y a ello les llevará el Evangelio. Un buen comunicador ayuda a personalizar, establece relaciones cercanas y personales con el otro, sabe que el trabajo no se acaba en el grupo; la persona tiene que asumir como suyo lo que se dice para todos.

No te asustes

Ya sé que ahora mismo tienes más ganas que antes de decir: “Pues yo lo dejo porque no doy la talla ni la daré”. El susto es una cosa corriente en todos los que son llamados por Dios para una tarea en la comunidad. Basta que pienses en los profetas. Lo normal es el miedo, la excusa... Si tienes miedo y dices: “mira que soy como un niño y no sé hablar” (Jer 1,6), te diré que esa es casi una razón para seguir en la brecha. Lo de Dios es un poco misterioso siempre. Nos pide formación, profundidad, y al mismo tiempo, nos urge a que no nos creamos que “las cosas de Dios” se transmiten cimentadas en técnica. La evangelización es obra, sobre todo, de Dios, no nuestra. Cuando la hacemos tan nuestra que Dios no interviene, pues la cosa se acabó. Es Él quien pone palabras en nuestra boca cuando nosotros nos ponemos en sus manos y somos, como María, disponibles para el Señor que nos llama.

Álvaro Ginel Vielva (SDB)
Fuente: www.isca.org

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