Tuve la suerte infinita de criarme en una familia católica sin hipocresías, concurrí a una escuela primaria católica y en mi adolescencia seguí vinculado a la Iglesia.
Como creía que el matrimonio civil era sólo una formalidad me casé por la Iglesia, donde sellé mi compromiso ante Dios para toda la vida.
Hace casi un cuarto de siglo hice Cursillos (una experiencia maravillosa), participé de Encuentros Matrimoniales y luego (hace 12 años) me divorcié.
Las vueltas de la vida me cruzaron con mi actual mujer, la cual es un ser maravilloso, que desde el primer momento aceptó continuar el resto de su vida conmigo y con mis tres hijas de mi matrimonio anterior.
Repito, conmigo y con mis tres hijas de mi matrimonio anterior.
Desde ese momento hemos dejado de comulgar, pero al haber descubierto la comunión espiritual, hemos encontrado un consuelo a nuestro dolor.
Bendecimos la mesa, rezamos juntos, vamos a misa todos los domingos con nuestra hija pequeña, otro regalo de Dios y hemos participado en numerosos grupos de segunda unión.
Las experiencias vividas estuvieron bastante lejos de satisfacer nuestras expectativas, ya que en uno se pretendía asimilar a estas uniones con matrimonios sacramentales (en un intento quizás, de esconder el problema de los divorciados católicos y su vinculación efectiva con la Iglesia) y en otro porque de modo incomprensible se instaba a interpretaciones de un modo “sui generis”, donde el sometimiento al fuero externo se cambiaba por un peculiar análisis de conciencia, que hasta permitía acceder al Sacramento.
Ni lo uno ni lo otro, ni asimilados ni trasgresores, esa fue nuestra búsqueda.
Ese derrotero nos llevó a conocer gente muy interesante, muy comprometida y en una casa del barrio de Liniers, expusimos nuestro proyecto, el cual cumpliendo todo lo que la Iglesia dispone, pretendía crear un espacio aggiornado y misericordioso, capaz de contener de un modo pastoral a los divorciados vueltos a casar.
Nuestro cambio de residencia (ahora vivimos en el exterior) nos impidió concretar algo que habíamos iniciado y que nos satisfacía a nosotros y a los que se acercaron a compartir vida, de un modo realmente contenedor, sin esconder nuestra condición, ni comulgando a escondidas.
Esa experiencia, gratificante y enriquecedora, tuvo varias realizaciones, como por ejemplo contactar con gente de varios países, con quienes compartimos vivencias vía mail, en un marco de respeto y sin consejos inmediatistas.
Nuestro viaje a El Vaticano (2006) nos sirvió para reforzar los lazos con la Iglesia, el tener a Benedicto XVI a escasos dos metros de distancia en la Plaza de San Pedro nos conmovió y el rezar en la prisión donde estuvieron Pedro y Pablo en Roma, nos renovó el compromiso para con la Iglesia, para con los que dieron hasta la vida en el pasado y para los que en el presente rigen los destinos de la institución, aunque no se hayan establecido cambios y flexibilizaciones que nos permitan volver a comulgar, ya que en definitiva ese no es el mayor problema que afronta la jerarquía, ni mucho menos..
Cuestiones jurisdiccionales y de algunos otros tipos nos impiden iniciar los trámites ante los Tribunales Eclesiásticos, cosa que descartamos en el futuro poder efectuar, mientras tanto seguimos participando en todo lo que podemos, nuestra comunión espiritual nos reconforta y la esperanza de poder vincularnos con un grupo que entendiendo la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio en su exacta dimensión, (sin interpretaciones) nos contenga, continuamos nuestro camino, por el que le damos gracias a Dios.
E.F. desde España
naon825@hotmail.com
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