lunes, 10 de noviembre de 2008

Dependencia emocional, una mirada desde la Psicología


Todos los seres humanos necesitamos amar y ser amados aunque muchas veces, los vínculos que entablamos nos acarrean conflictos y sufrimiento. Debido a la necesidad imperiosa que tenemos de amor nos vamos haciendo dependientes desde pequeños. Todos los seres humanos queremos ser libres y no es posible pensar en que alguien no quiera vivir sobre esta tierra con libertad. Pero lo cierto es que muchos vivimos aprisionados y con ataduras de toda índole; así los problemas psicológicos, la infelicidad, la insatisfacción, son manifestaciones y consecuencias de no vivir libremente, al menos emocionalmente. Lo más triste es que algunos ni siquiera nos damos cuenta de que esas ataduras, muchas veces son fabricadas por nosotros mismos y que el miedo nos impide encontrar la manera de librarnos de ellas.

Así vamos buscando diferentes medios para salir de un estado de perplejidad y sin sentido, buscando en la psicología la respuesta a nuestras necesidades. La educación que hemos recibido y aún siguen recibiendo las nuevas generaciones se basa en el conformismo, y casi todo lo que se aprende debe ser aceptado verticalmente, de manera colectiva y sin tener la oportunidad de desarrollar la capacidad perceptiva, reflexiva, investigativa y sensitiva. Lo que más a menudo comprobamos es que la educación, aún hoy, fomenta la acumulación de conocimientos alejados de la realidad, incentivando simplemente el amoldamiento, la imitación, la comparación competitiva, dejando a un lado lo propio de la naturaleza de cada uno, su propia creatividad y su potencial humano.

La sociedad actual está habitada por muchas personas que han recibido una educación en la que no se acostumbraba a cuestionar lo establecido y que se regía por creencias que lo único que hacían era fomentar la dependencia a algo o a alguien. La carencia de pasión, la apatía, el vacío emocional y espiritual, la depresión, son su resultado.

En algunas culturas suelen predominar las conductas imitativas y las personas prefieren vivir con verdades prestadas en lugar de explorar en las honduras de su interioridad para encontrar la verdad.

Deberíamos preguntarnos por qué la familia y la escuela no facilitan a los niños el camino hacia un despertar de la conciencia en lugar de acallarla y adormecerla. Así sería posible desarrollar la capacidad de abrir la mente y el corazón y disponerlos a abrirse a los demás, comprenderse y comprenderlos, respetando la vida y creciendo hasta convertirse en persona maduras y sanas, capaces de dar sentido a su vida asumiendo su identidad, condición imprescindible para no caer en las enfermedades y sufrimientos que acarrean el hecho de no saber quiénes somos ni para qué vivimos o, lo que es igual, presos de miedos e inseguridades que conducen a la dependencia y producen una lucha feroz por alcanzar la aprobación de los demás.

La autoestima es una condición que no han alcanzado muchos adultos pero, a pesar de eso, sí han alcanzado logros de tipo social, económico o intelectual y, en el fondo, siguen siendo niños dependientes que únicamente se preocupan por mostrarse tal como se espera de ellos, tratando de demostrar sus rendimientos y el éxito con que se mueven en la vida buscando reconocimiento y notoriedad. En realidad lo que evidencian estas personas es una gran debilidad y una carencia de personalidad que los impulsa a apoyarse en cosas exteriores (grupos, status, bienes materiales, líderes religiosos, etc).

Quienes han crecido en medio de un contexto de desatención, hipocresía o autoritarismo como también de desvalorización o desprecio, están heridos en su integridad y, al no conocer otra realidad o por estar acostumbrados a ese entorno, repiten esas situaciones y se vinculan de manera enferma, estableciendo relaciones complicadas que los atan a situaciones similares a las ya vividas, en las cuales muchas veces lo que predomina es el desamor, la desconfianza, los celos enfermizos, la dominación y la posesión, bloqueando el crecimiento y desarrollo personal necesario para una vida plena.

En un estado de este tipo los vínculos quedan atados y atrapados en una especie de dependencia infantil entre los miembros de una misma familia, negando y manteniendo bajo control las inseguridades y temores mutuos, sin advertir que toda relación que limita acciones, sentimientos o pensamientos propios, concluye en la dependencia que deriva en el aislamiento y el autoencierro, dado que el producto de la dependencia es la negación de una verdadera relación.
Pero todos los seres humanos podemos cambiar de vida y adquirir la madurez psicológica que otorga confianza y seguridad. Todos los seres humanos son capaces de asumir su vida y descubrir la posibilidad de amar por elección.

Esta reflexión partía del hecho de que todos los seres humanos necesitamos amar y ser amados. La pregunta sería entonces ahora ¿y qué es el amor?; ya que circulan muchos conceptos falsos respecto del mismo, inclusive se ha llegado a creer que la dependencia es amor, pero no lo es, como tampoco es amor la posesión, la dominación, el miedo y la desconfianza.

Por el contrario, quien ama y ha recibido amor a lo largo de su existencia, es capaz de ser libre y de otorgar libertad, el amor es donación mutua entre dos personas que se eligen para caminar juntos por la vida, creciendo, madurando y completándose mutuamente. Fomentar la autonomía desestimando la dependencia emocional es la muestra más acabada y contundente de amor que podemos ofrecer pero, nadie da de lo que no tiene, de ahí que si cada persona goza de autonomía y seguridad será capaz de entablar vínculos maduros en los que la dependencia y la dominación estarán ausentes y se dará paso al amor que nos hace libres.

María Inés Maceratesi

Bibliografía:
La dependencia emocional
Ángela Sannuti (Buenos Aires)

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