viernes, 3 de agosto de 2007

Divorciados en nueva unión (III)



Ni orgullosos ni alucinados

Imaginemos por un instante una marcha por Avenida de Mayo, llegando a la Plaza, sin palos, sin mochilas, sin capuchas, sin disfraces estrambóticos, ni plantas prohibidas.

Sin bombos ni petardos, sin tetrabricks, ni caras pintadas.

Sólo con rosarios, familias católicas de divorciados en nueva unión, familias ensambladas, con los tuyos, los míos y los nuestros ¡uy, que fiesta!

Con nuestros padres y lógicamente con nuestros hijos, sin alardear del fracaso previo ni de nuestro esperanzador volver a empezar, pero sí diciendo: aquí estamos, estos somos.

Pero claro, quizás no seamos tantos como para llenar la Plaza, ni para manifestar nuestro “orgullo” ni ningún cantante famoso nos promoverá destacando la “alucinación” que nuestro estado pueda producir.

A pesar de estas circunstancias y que “en la calle codo a codo, somos muchos más que dos” no somos tantos, porque con una mano en el corazón, ¿cuantos católicos comprometidos estarán divorciados y vueltos a unir?

Carezco de estadísticas serias referidas a este tema, pero me inclino a pensar que no seremos tantos y a pesar de eso es un tema candente, que se mantiene en el tiempo, que se manifiesta en todas las sociedades, que en los más altos niveles de la Iglesia se discute y que dicha discusión se renueva año tras año, quizás porqué no seamos tan pocos, ni tan herejes, ni tan necesariamente ocultables, ni tan otras cosas que deliberadamente omitiré.

Ante esto cabe preguntarse sí realmente ¿Es un problema a solucionar?

Vamos por partes ¿es un problema?

En mi humilde y neófita opinión, no lo es.

Apenas es una realidad conflictiva cuya difusión no hace más que aportar un granito de arena, en esta sociedad en estado de deliberación permanente y que como tal debe ser tratada, comprendida, contenida, conducida y aclarada.

Creo que algo más problemático que la situación misma es el análisis que algunos hacen, desvirtuando el sentido del tema y adaptándolo a quien sabe que preceptos ya que en algunos casos más que preconciliares parecen precolombinos.

Creo que este es el meollo de la cuestión, la dicotomía entre comunión sacramental y comunión espiritual es una opción casi intrascendente, suficientemente aclarada y escasamente comprendida.

La opción pasa por comprender el mensaje y sentirse incluido o excluido y aunque parezca increíble hay una diferencia sideral entre la emisión y la recepción y si bien podemos suponer que la incomprensión popular es la causante del conflicto, la revisión de las comunicaciones no aporta demasiada luz.

Obviamente los transmisores deberán negar este postulado, pero alcanza con escuchar a lo que dicen los que se sienten excluidos, para entender desde una óptica complementaria, cual es el verdadero sentir.

Guste o no guste, se comparta o no la idea, mucha gente se siente en estado periférico latente y la obligación mínima es dar un mensaje entendible, es insuflar esperanza, es evitar distorsiones y en este terreno en particular, el clero nos lleva una gran ventaja, demasiada para mi gusto.

Si no se clarifica el mensaje, quizás debamos esperar que surja un nuevo cómico al más puro estilo Tato Bores, que cada domingo nos recite, parafraseando a Mariano Moreno:

Si a los divorciados en nueva unión no se los ilustra adecuadamente.
Si no se hacen claros sus derechos y posibilidades.
Si cada nueva pareja no conoce lo que vale para Dios,
lo que puede hacer en la Iglesia,
y lo que se le debe, por el mero hecho de estar bautizados.
Nuevas pastorales y nuevos grupos sucederán a los anteriores,
y después de dudar algún tiempo, entre varias opciones y
mensajes
será la suerte cambiar de dolencia en el alma.
Sin haber destruido el dolor.

La solución obviamente que no es sencilla, sería impensable una amnistía universal y hasta no sería del todo justo, pero tal vez pueda ser posible trabajar muy intensamente para:

Desmitificar la nulidad matrimonial, quitándole la pátina de duda que aún existe sobre que es algo reservado para ricos y famosos, aunque en la realidad no lo sea, pero aceptemos por un instante que las cosas no son exactamente como son, sino como a cada uno le parece que son.

Homogeneizar el mensaje, ya que la actitud y la receptividad ante el conflicto resulta alarmantemente diferenciada, en algunos casos hasta dentro de la misma Diócesis.

Entender el drama, que viven los que queriendo seguir unidos a Dios y a la Iglesia, por actitudes anacrónicas o mensajes distorsivos se sienten poco contenidos.

Acoger de un modo aggiornado y misericordioso a quienes con padecimiento sufren de automarginación inducida

Promover la reinserción, de forma sistemática y permanente con un mensaje claro, abarcador, incluyente y fundamentalmente realista, evitando comparaciones distorsivas de la realidad.

Quizás así cumplamos, entre todos, los verdaderos conceptos incluidos en la Familiaris Consortio y en la innumerable cantidad de documentos referidos a este tema, sin interpretaciones caprichosas ni actitudes deletéreas.


EF desde España
Naon825@hotmail.com

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