Por: María Inés Maceratesi
Actualmente -lo comprobamos a diario- el matrimonio para toda la vida es visto por muchos como una realidad de otro tiempo, algo pasado de moda o imposible de llevar a la práctica. Algunos, en cambio, estamos en condiciones de decir, sin embargo, que es posible lograr una unión que perdure a pesar de la dificultades de la vida actual con toda la batería de situaciones difíciles y sobre todo de las tentaciones que nos presenta.
Lo primero que tendríamos que reflexionar es sobre qué es lo que puede mantener unidos a un hombre y a una mujer quienes, en un momento de su vida, decidieron libremente unirse en matrimonio; porque dificultades habrá, motivos para decir y para pensar en el "ya no va más", sobrarán seguramente pero, repetimos: ¿qué es lo que da cohesión a la relación?.
Al principio, como todo lo nuevo, la relación se hace relativamente fácil porque hay que poner a punto la nueva casa, hay que planificar tantas cosas. Luego llegarán los hijos y la tarea de educarlos nos encontrará ocupados poniendo la atención casi exclusivamente en ellos. Todo es nuevo y nada nos cansa porque la sorpresa está presente permanentemente, si no es por motivos propios, lo es por los ajenos: una invitación a cenar, una salida al cine, el festejo de los cumpleaños, luego el tránsito de los hijos por la escuela, que nos permite entablar nuevas relaciones y compartir dudas, alegrías y logros como así también superar momentos amargos o menos felices.
Pero en el matrimonio, la tarea que no debemos descuidar es la de mantener vivo el amor, que es precisamente, lo que da cohesión a la relación. Ese amor que al principio - y según el parecer de algunos- es grande solamente al principio y luego se va diluyendo. Otros en cambio, opinan que es precisamente al revés, que comienza pareciéndonos enorme pero solo es un granito de arena en comparación a lo que puede llegar a ser si nos ocupamos en hacerlo crecer y madurar. Quizá a esta altura de la lectura, los lectores estarán preguntándose de qué manera se puede cultivar el amor para que no se extinga ni se seque.
La primera premisa consistirá entonces, en tratar por todos los medios de hacernos felices mutuamente. Hacer feliz al otro implicará dejar de estar pensando, pendiente y reclamando permanentemente que me haga feliz a mí. Si lo vamos logrando, iremos avanzando paso a paso hacia la transformación de un amor puramente egoísta a otro más desinteresado, lo cual me exigirá permanentemente preguntarme si lo que estoy diciendo y haciendo, hará más feliz a mi cónyuge. Esta tarea es muy ardua pero permite un crecimiento muy grande en el amor porque se compone de ingredientes como entrega y generosidad valores que nos hacen grandes.
En segundo lugar, la ayuda mutua, que consistirá en ir perfeccionándonos de manera que veamos nuestras falencias y nuestros errores con mucho respeto y reconociendo que ambos tenemos debilidades. Además, tendremos que asumir pacientemente las limitaciones en lugar de convertir cualquier diferencia en una pelea que nos llevará a herirnos el uno al otro. En palabras cotidianas y sencillas: practicar el aguante: aguantar el malhumor del otro porque también a mí me tocará el momento de estar malhumorado, aguantar los momentos de euforia y alegría como también los de tristeza y melancolía que todos los seres humanos tenemos. Hay que hacer un sacrificio, nos decían nuestros padres, pero los sacrificios pueden convertirse en una carga pesada o en una ocasión de crecimiento personal, como todo en la vida.
En tercer lugar...fidelidad...¿qué es eso?...¡en estos tiempos quién recuerda de qué se trata la fidelidad!. ¡No me exijan lo que no puedo dar! dirán algunos pero, asumamos que la fidelidad es absolutamente posible y necesaria para conservar la confianza. La fidelidad en sentido profundo y amplio consiste en regalarle a nuestro cónyuge, nuestro corazón, nuestro tiempo, posponiendo quizá un poquito, nuestros intereses prioritarios.
La vida matrimonial es una escuela de crecimiento espiritual y material, no es sólo una comunidad de amor sino que es una alianza de amor en la que cada uno le regala o dona al otro el derecho a ser feliz. La pregunta que quizá nos estaremos haciendo es: ¿pero si yo tengo derecho y el otro tiene derecho pero no coincidimos en el objeto...se puede?. Claro que no, porque si cada uno persiste en reclamar su derecho, es imposible. Se trata de que a veces, tendremos que renunciar a nuestro gran YO para dar un pequeño paso hacia el TÚ y costruir un NOSOTROS.
No se trata tampoco de que sea un sacrificio que nos relegue a un plano inferior sino algo que nos mantenga en la conyugalidad.Conyugalidad deriva de conyugal y conyugal significa llevar el yugo juntos. Ahora ya casi no existen- al menos en las ciudades- los bueyes que arrastraban la carreta unidos al yugo pero, cuando sí existían, se podía advertir que si uno de los dos bueyes iba más rápido que el otro, o se detenía mientras el otro seguía, el equilibrio de la carreta se rompía y ésta podía caer. Quizá no sea muy lindo comparar el matrimonio con el yugo pero la comparación vale ya que, si uno de los dos produce un desequilibrio, el otro se queda sin poder mantenerlo y el matrimonio se desmorona. De ahí que habrá que trabajar sin prisa pero sin pausa poniendo en acto un estilo de vida que iremos planificando y construyendo juntos, tomando ésto, dejando esto otro, porque ninguna vida es igual a otra y cuando de dos se trata menos.; cada matrimonio va descubriendo su proyecto propio que no es ni siquiera parecido a otro. Descubrir la originalidad del propio... vale la pena.
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