Prof. Manuel Del Campo.
Director del Secretariado nacional de Catequesis de España
Las actividades pastorales relacionadas con la iniciación cristiana suscitan hoy en la Iglesia a la vez interés y preocupación. Tanto en los ámbitos de la reflexión teológica, como en los de la práctica pastoral se advierte la necesidad de recuperar hoy el sentido de la iniciación cristiana y conceder a la misma el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia.
Varias son las razones de estas nuevas sensibilidades.
Durante mucho tiempo fue la familia la principal responsable de iniciar a sus hijos en la fe. La Iglesia confió a padres y padrinos la formación el aprendizaje de la fe y de la vida cristiana, conforme a los compromisos bautismales adquiridos. Los padres explicaban y ayudaban a comprender a sus hijos la fe recibida en el Bautismo y, puesto que la familia constituía en muchos casos un ámbito de fe, los hijos aprendían, viviendo en el seno de la familia, la fe que presidía la vida común.
A su vez, la propia sociedad civil, sociológicamente unida a la Iglesia, llegó a desempeñar de modo espontáneo la función de “catecumenado social” integrando a todos en un mismo horizonte de comprensión y de sentido.
Sin embargo hoy no es posible pensar en una iniciación así realizada casi de modo “espontáneo” por influjo del ambiente. La nueva situación cultural y social presenta los perfiles de una fuerte secularización que determina, en muchos casos, el debilitamiento y hasta el abandono de la fe. Una situación que lleva a muchos miembros de la Iglesia a tener conciencia de diáspora respecto del mundo, y a los pastores a la necesidad de impulsar una acción pastoral evangelizadora y misionera, que lleve a la conversión y a la adhesión a Dios, y que atienda a la consolidación y fortalecimiento de la fe de los bautizados.
La familia, por su parte, recibe también este impacto y de hecho raramente constituye hoy un ámbito cristiano capaz de “formar” a sus hijos en la fe recibida. Su función educativa, en general, ha sido ocupada por otras instancias, y, en relación con la educación cristiana la quiebra de responsabilidades es evidente.
En esta situación tiene lugar la recepción del Bautismo y la práctica posterior de la catequesis de iniciación cristiana.
Por otra parte, hoy vemos cómo un buen número de nuestros bautizados o no están iniciados en la fe, porque nunca tuvieron la oportunidad de una auténtica catequesis, o lo están de modo deficiente e incompleto, de manera que difícilmente podrán permanecer fieles a los compromisos bautismales.
A pesar de los muchos esfuerzos realizador y de loa avances indudables de la renovación catequética, las dificultades de la transmisión de la fe permanecen, a pesar de los muchos y generosos proyectos emprendidos, el afianzamiento de la fe de muchos de nuestros bautizados no acaba de lograrse.
Todas estas realidades van suscitando en la Iglesia la necesidad de revisar en profundidad la pastoral de la iniciación y restablecer, en toda su originalidad, la iniciación cristiana.
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