miércoles, 2 de julio de 2008

Tiempos de ira


Vivimos tiempos de ira. Una excesiva presión social, la competitividad, la injusticia, la falta de seguridad, hacen que los individuos pongan en marcha respuestas ancestrales cargadas de intensidad emocional.

“Bronca cuando ríen satisfechos, al haber comprado sus derechos. Bronca cuando se hacen moralistas, y entran a correr a los artistas. Bronca cuando a plena luz del día, sacan a pasear su hipocresía. Bronca de la brava, de la mía. Bronca que se puede recitar” [1].

La ira aparece cuando se siente una amenaza ya sea esta real o fantaseada. Los diccionarios de psicología la definen como enojo o enfado a manera de respuesta defensiva cuando sentimos vulnerada nuestra integridad; una reacción provocada por el daño o coerción real o imaginaria.

Como pecado capital, se la considera como el producto de un apetito desordenado de venganza, “Appetitus inordinatus vindictae”. Por lo tanto, para que la ira sea un pecado, es necesario que ese desorden sea contrario a la razón, y de esto se desprende que cabría la posibilidad de una ira “buena y laudable”.

El concepto anterior no se encuentra alejado de la explicación psicológica. La ira, básicamente, es la manifestación violenta de una angustia, un miedo o ansiedad como así también la perdida de control frente a una situación que se quiere o pretende manejar. El sentirse amenazado, en algún punto, hace que se produzca, una descarga paralela de adrenalina en nuestro sistema nervioso que lleva a una excitación generalizada, que puede durar segundos o minutos, incluso días.

Puede estar dirigida una persona específica (un compañero de trabajo, un familiar, un superior) o a un acontecimiento (un viaje cancelado, entorpecimiento del trafico, una resolución económica), o bien, la ira, puede aparecer por problemas personales. Una situación traumática del pasado o que produjo enojo, comúnmente, desencadena esta emoción.

Esta hipersensibilidad difusa puede predisponer a nuevas “broncas” con la misma persona o, indiscriminadamente, contra cualquier otro.

“Bronca porque matan con descaro, pero nunca nada queda claro. Bronca por que roba el asaltante, pero también roba el comerciante. Bronca porque está prohibido todo hasta lo que haré de cualquier modo. Bronca porque no se paga fianza,si nos encarcelan la esperanza” [2].

Suele, en algunos casos, aparecer de manera automática y se establece como un hábito de reacción, a menos que se realicen algunas maniobras para apaciguarla y encauzarla de manera proactiva y constructiva. Esto se da en personas cuyo autoconcepto es débil y con una autoestima baja. Cualquier situación los puede hacer sentir menospreciados o desvalorizados para lo cual, la ira, les serviría como mecanismo de defensa ante una posible desadaptación. En este tipo de personalidades, el uso de la ira les acarrea culpa. En otros casos la poca tolerancia a la frustración es la desencadenante.

“La ira nos hace comportarnos agresivamente. Somos agresivos cuando no respetamos al otro y no nos comunicamos con él de igual a igual, sino que lo situamos en un escalón por debajo de nosotros. Por regla general, la ira no es conveniente, nos hace daño y rompe la comunicación” (Lic. Rosario Linares). Si bien esto es cierto, suprimir la ira no es del todo sano, ya que este tipo de conducta puede llevar a que, inhibiendo la expresión exterior, se vuelva hacia el interior de una persona provocándole hipertensión o depresión. La ira no expresada degenera en otras conductas patológicas tales como actitudes pasivo-agresivas (venganzas indirectas), hostilidades, críticas y comportamientos cínicos. Todo esto por no enfrentar directamente la situación conflictiva.

“La ira, por sí sola, como sublevación ante abusos e injusticias, rara vez logra resolverlos. La puesta en marcha de la ira es imprescindible para buscar una solución y debe estar acompañada por momentos de calma que permitirán pensar cómo encontrar el camino […] Hay veces en que la ira social, siempre y cuando no sea desproporcionada, si enfrenta un abuso o una injusticia, se transforma en una forma de cordura. La ira está relacionada con los fracasos, las frustraciones, los conflictos de cada persona” (Fernando Savater).

“No puedo ver tanto desastre organizado sin responder con voz ronca, de bronca, de bronca. Bronca sin fusiles y sin bombas, bronca con los dos dedos en “V”, bronca que también es esperanza. Marcha de la bronca y de la fe” [3].

Notas teológicas sobre la ira
Por Leonardo R. Moreno

Para que la ira se transforme en pecado es imprescindible que exista el desorden, lo contrario a la razón, si no, no se lo catalogaría como pecaminoso. Se considera que existe una ira buena que es la que tiende a suprimir el mal y reestablecer el bien. En estas notas nos referimos a la ira como pecado capital.

En la Biblia

La ira es destructiva (cf. Prov 27,4); hace actuar sin pensar (cf. Prov 14,17). La paciencia se opone a la ira (cf. Prov 16,32) y la prudencia refrena el enojo (cf. Prov 19,11). Conviene cuidarse de los amigos violentos (cf. Prov 22,24). La ira conduce al mal (cf. Sal 37,8) y nos vuelve estúpidos (cf. Ecle 7,9).

Hay que evitar el enojo con el hermano (cf. Mt 5,22). No hay lugar para la ira en el cristiano (cf. Col 3,8). Una regla de oro: “Estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse” (Sant 1,19). Es saludable no dormirse enojados (cf. Ef 4,26). Es mejor ser bondadosos y compasivos (cf. Ef 4,32).

En el Catecismo

“En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: «No matarás» (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf. Mt 5,22-39), amar a los enemigos (cf. Mt 5,44). Él mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf. Mt 26,52)”[1].

“El Señor que proclama «bienaventurados los que construyen la paz» (Mt 5,9), exige la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la ira, que es el deseo de venganza por el mal recibido, y del odio, que lleva a desear el mal al prójimo. Estos comportamientos, si son voluntarios y consentidos en cosas de gran importancia, son pecados graves contra la caridad”[2].

Para la reflexión: El colérico se toma todas las cosas en serio, las que lo merecen y las que no, con lo que pierde de vista los temas importantes. Para él no existe el sentido del humor. Un remedio contra la ira: cultivar el sentido del humor.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, número 2262.
[2] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, número 480.
[1] Pedro y Pablo, La marcha de la bronca, 1970.
[2] Ibid.
[3] Ibid.


por Joaquín Rocha
Psicólogo. Especialista en Educación para la comunicación

Fuente: San Pablo On Line www.san-pablo.com.ar

No hay comentarios.: