Vivencia de Dios no es lo mismo que ocupación de las cosas de Dios.
Comunitariamente no hemos captado el cambio de cultura y aún no estamos reaccionando a sus urgencias pastorales.
Sometidos, muchas veces, a párrocos cansados, exhaustos de tantas reuniones o misas. Religiosos y religiosas ocupados en procesos de cambios y refundación. Laicos mareados por problemas cotidianos: “queremos que nuestro párroco participe en todo”, pero eso es imposible, es como si pretendiéramos que una directora de escuela participe de todas las reuniones de docentes de áreas, de padres, de personal, de ministerio, de entidades públicas. ¡No sería directora... no sería vida!
Así nuestros pastores muchas veces sumidos en el activismo, mareados por tantas exigencias, no encuentran un tiempo necesario para la pausa y la oración. Para aquello que es justamente lo más importante, alimentar la espiritualidad.
Contemplar y dar a conocer lo contemplado sostenía Santo Domingo [1]. ¿Cuánto de ello aún podemos dar nosotros, cristianos del siglo XXI? Entre tanto bullicio: ¿será posible que experimentemos al menos la necesidad de Dios? ¿Hasta qué punto lo que transmitimos o lo que transmiten muchos fieles de la Iglesia nace de la verdadera reflexión, o de la meditación personal?
Seguro que no queremos lograr adeptos. Ya no estamos en épocas para decir bautizamos 100 chicos, comulgaron 350, hubo 20 casamientos, se confirmaron 250. Ahora ya no cuentan los números, cuenta quiénes somos y si vivimos de acuerdo a lo que predicamos.
Tal vez esta cultura no está buscando alguna religión para creer y realizar ritos sino un sentido para vivir. No hacemos nada grandioso cambiando de religión a la gente si no los ayudamos a encontrar un verdadero sentido de su vida. No se gana más prestigio por llenar iglesias o expedientes matrimoniales. No se trata de vivir sólo sacramentizando a todos sino vivir como sacramento primero: la vida.
Se trata de transmitir una experiencia, una verdadera e intensa unidad de espíritu y mente. Una experiencia que es la del discípulo con el maestro. La evangelización que se presenta como mera experiencia sensible de folletitos devocionales, de tareas exclusivamente sociales o esas asambleas de puro sentimentalismo no es otra cosa que pan para hoy y hambre para mañana. Tampoco es respuesta creíble el sacramentalismo, “misa diaria hasta que tenga algo más importante que hacer”, o como se dice ahora “los preparo a los chicos para que tomen la primera y última comunión”. Bienvenida y funeral de los signos con los que la Iglesia hace presente a Cristo.
¿Qué quiere decir hoy ser discípulos y misioneros de Cristo? Hablar de discipulado y del seguimiento en la misión tendrá que ver seguramente con hacer una experiencia de cercanía a Jesús y de profundidad espiritual.
Tal vez terminó el tiempo de los agentes pastorales sobrecargados de actividades parroquiales cubriendo, en muchos casos, el puesto de sacristán hasta la animación musical de la misa dominical y entregar las mercaderías de Cáritas en la puerta de la Iglesia.
Un evangelizador que se ha convertido en el chico de los mandados del párroco o en el fusible que encaja casi perfectamente en todas las funciones de la capilla, no puede evangelizar y tampoco evangelizarse.
Casi ninguna empresa es capaz de quemar y secar los recursos humanos como lo hacemos dentro de la Iglesia.
En nuestra Iglesia permanecen por años aquellos laicos o sacerdotes que se sienten dueños de todo, y escandalizan echando gente, malgastando bienes o deteriorándolos y cediendo poquísimo de su persona a la espiritualidad y a mostrar, al menos, un poco el rostro de Cristo. A veces no se les dice nada para no ocasionar más escándalo pero ante la desidia y descontrol son más ateos y mártires los que se generan. La Iglesia es cuerpo, es cierto, y todas sus partes son importantes, pero un servicio de control sanitario no vendría mal.
Volviendo a la Espiritualidad, la Iglesia necesita de personas espirituales para seguir creciendo y evangelizando. Es triste como se adoptan expresiones de moda para llenar lo que está vacío. Así como se puso en muchas capillas y parroquias la famosa expresión de “Aparecida”: Discípulos y misioneros de Cristo.
La reforma de la Iglesia en muchos templos tiene que ver solamente con hacerla más divertida, saludando gente por micrófono o cantando canciones de moda con pequeñas reformas de la letra. Son débiles, son reformas externas pero no transforman la sustancia, son sólo accidentes.
Para evangelizar en serio nos falta mucho aún, no podemos hacer presente a Cristo sino vivimos y actuamos tal como lo afirma Evangelii nuntiandi: "Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (n. 14).
Ser verdaderos discípulos quiere decir caminar junto a Él, escucharlo, amarlo, imitarlo. Ser misioneros será sentirse enviados por Él, por la comunidad con un mensaje claro: Soy de Cristo y precisamente de Él quiero hablarte. En la evangelización se requiere probar el producto antes de venderlo, como cuando se vende un perfume, y en este caso el perfume es Cristo.
Comunitariamente no hemos captado el cambio de cultura y aún no estamos reaccionando a sus urgencias pastorales.
Sometidos, muchas veces, a párrocos cansados, exhaustos de tantas reuniones o misas. Religiosos y religiosas ocupados en procesos de cambios y refundación. Laicos mareados por problemas cotidianos: “queremos que nuestro párroco participe en todo”, pero eso es imposible, es como si pretendiéramos que una directora de escuela participe de todas las reuniones de docentes de áreas, de padres, de personal, de ministerio, de entidades públicas. ¡No sería directora... no sería vida!
Así nuestros pastores muchas veces sumidos en el activismo, mareados por tantas exigencias, no encuentran un tiempo necesario para la pausa y la oración. Para aquello que es justamente lo más importante, alimentar la espiritualidad.
Contemplar y dar a conocer lo contemplado sostenía Santo Domingo [1]. ¿Cuánto de ello aún podemos dar nosotros, cristianos del siglo XXI? Entre tanto bullicio: ¿será posible que experimentemos al menos la necesidad de Dios? ¿Hasta qué punto lo que transmitimos o lo que transmiten muchos fieles de la Iglesia nace de la verdadera reflexión, o de la meditación personal?
Seguro que no queremos lograr adeptos. Ya no estamos en épocas para decir bautizamos 100 chicos, comulgaron 350, hubo 20 casamientos, se confirmaron 250. Ahora ya no cuentan los números, cuenta quiénes somos y si vivimos de acuerdo a lo que predicamos.
Tal vez esta cultura no está buscando alguna religión para creer y realizar ritos sino un sentido para vivir. No hacemos nada grandioso cambiando de religión a la gente si no los ayudamos a encontrar un verdadero sentido de su vida. No se gana más prestigio por llenar iglesias o expedientes matrimoniales. No se trata de vivir sólo sacramentizando a todos sino vivir como sacramento primero: la vida.
Se trata de transmitir una experiencia, una verdadera e intensa unidad de espíritu y mente. Una experiencia que es la del discípulo con el maestro. La evangelización que se presenta como mera experiencia sensible de folletitos devocionales, de tareas exclusivamente sociales o esas asambleas de puro sentimentalismo no es otra cosa que pan para hoy y hambre para mañana. Tampoco es respuesta creíble el sacramentalismo, “misa diaria hasta que tenga algo más importante que hacer”, o como se dice ahora “los preparo a los chicos para que tomen la primera y última comunión”. Bienvenida y funeral de los signos con los que la Iglesia hace presente a Cristo.
¿Qué quiere decir hoy ser discípulos y misioneros de Cristo? Hablar de discipulado y del seguimiento en la misión tendrá que ver seguramente con hacer una experiencia de cercanía a Jesús y de profundidad espiritual.
Tal vez terminó el tiempo de los agentes pastorales sobrecargados de actividades parroquiales cubriendo, en muchos casos, el puesto de sacristán hasta la animación musical de la misa dominical y entregar las mercaderías de Cáritas en la puerta de la Iglesia.
Un evangelizador que se ha convertido en el chico de los mandados del párroco o en el fusible que encaja casi perfectamente en todas las funciones de la capilla, no puede evangelizar y tampoco evangelizarse.
Casi ninguna empresa es capaz de quemar y secar los recursos humanos como lo hacemos dentro de la Iglesia.
En nuestra Iglesia permanecen por años aquellos laicos o sacerdotes que se sienten dueños de todo, y escandalizan echando gente, malgastando bienes o deteriorándolos y cediendo poquísimo de su persona a la espiritualidad y a mostrar, al menos, un poco el rostro de Cristo. A veces no se les dice nada para no ocasionar más escándalo pero ante la desidia y descontrol son más ateos y mártires los que se generan. La Iglesia es cuerpo, es cierto, y todas sus partes son importantes, pero un servicio de control sanitario no vendría mal.
Volviendo a la Espiritualidad, la Iglesia necesita de personas espirituales para seguir creciendo y evangelizando. Es triste como se adoptan expresiones de moda para llenar lo que está vacío. Así como se puso en muchas capillas y parroquias la famosa expresión de “Aparecida”: Discípulos y misioneros de Cristo.
La reforma de la Iglesia en muchos templos tiene que ver solamente con hacerla más divertida, saludando gente por micrófono o cantando canciones de moda con pequeñas reformas de la letra. Son débiles, son reformas externas pero no transforman la sustancia, son sólo accidentes.
Para evangelizar en serio nos falta mucho aún, no podemos hacer presente a Cristo sino vivimos y actuamos tal como lo afirma Evangelii nuntiandi: "Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (n. 14).
Ser verdaderos discípulos quiere decir caminar junto a Él, escucharlo, amarlo, imitarlo. Ser misioneros será sentirse enviados por Él, por la comunidad con un mensaje claro: Soy de Cristo y precisamente de Él quiero hablarte. En la evangelización se requiere probar el producto antes de venderlo, como cuando se vende un perfume, y en este caso el perfume es Cristo.
[1] Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo posible. http://www.ewtn.com/
por German Diaz
Religioso. Lic. En Comunicación Social
No hay comentarios.:
Publicar un comentario