El desafío de armonizar las diferentes concepciones que proponen los especialistas.
La psicología desde siempre ha reducido, casi exclusivamente, el tema del amor a la relación hombre-mujer, o terapeuta-paciente, viendo en esto una reedición, en la edad adulta, de la primerísima relación emotiva profunda: aquella entre la madre y el niño. Relación que, según muchos psicólogos, condiciona las relaciones afectivas de toda nuestra existencia.
Personalmente, en cambio, estoy convencido de que ha llegado el momento de considerar el amor en psicología como libertad y no como dependencia. No se trata de estar apegado a alguien para amarlo, sino, sobre todo, de ser libres para amar a alguien.
Desde este punto de vista, ¿de qué amor se trata? Es un amor que libera, porque no nos hace sentir prisioneros o sofocados. Es un amor que cuando más se comparte con otras personas más se multiplica, no es exclusivo. Es un amor inteligente, que conoce a fondo al otro, que es clarividente, que no piensa sólo en el placer del aquí y del ahora, sino que se interesa genuinamente por lo que es mejor para el otro.
Es un amor capaz de decir “no” y ser firme en ciertas decisiones…pero es creativo, capaz de inventar nuevas situaciones, nuevas maneras de estar juntos y de entrar en relación con los otros. En cambio, en nuestra época hay una banalización y una despersonalización del amor.
Muchos hemos “desaprendido” a amar y esto sucede porque, a medida que nuestra sociedad ha liberado la sexualidad, ésta ha terminado por reprimir el eros. De hecho, muchos interpretan que el eros es sinónimo de sexualidad. En cambio son dos cosas distintas. La sexualidad es una necesidad, en cambio el eros es una emoción. Por lo tanto, puede existir sexualidad sin eros, es decir, sin pasión.
En el eros la intimidad se vuelve tal que nuestros límites deben ceder, tenemos que dejarlos desaparecer para fundirnos con el otro. Pero esto, muchas veces, provoca miedo, porque es demasiado intenso: en el fondo es una muerte de la individualidad y muchos la temen. Entonces sucede que toda o casi toda la atención se transfiere al sexo que, no obstante, resulta empobrecido, porque se ignoran, desconocen o reprimen muchos sentimientos importantes, como por ejemplo, la ternura y el entusiasmo. Una actitud tal lleva a la despersonalización y a la banalización del amor.
A finales de los sesenta, el psicólogo Rollo May afirmaba que existen varias formas de amor: philiá (amistad, amor fraterno), eros, y ágape (amor altruista o espiritual). El verdadero amor, el integrado, debería llegar a armonizar estas tres dimensiones y no limitarse solamente a una de ellas.
Autor: Pascual Ionata
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