miércoles, 11 de julio de 2007

El contenido de la Nueva Evangelización


La Nueva Evangelización ha de conducir a un encuentro con la eterna novedad de Cristo vivo para alcanzar en Él vida eterna. La Iglesia en América necesita hablar cada vez más de Jesucristo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, y prolongar sus actitudes.(Navega mar adentro: Capítulo 3)

1º ·El núcleo del contenido evangelizador

El centro del anucio es Jesucristo, por quien nos encontramos con el Padre y el Espíritu Santo. La fe en la Santísima Trinidad es el último fundamento de la dignidad humana y del llamado a la comunión con los hermanos, en la familia, en la Iglesia y en la Nación.

2º Dimensiones del núcleo evangelizador

En Jesucristo brilla una feliz noticia. Cristo es el centro de nuestra fe y contemplándolo, podremos comunicar la feliz noticia del amor de Dios que brilla en su rostro porque Cristo es la imagen del Dios a quien no vemos y la vocación y el sentido de la vida de cada hombre, consiste en reproducir su imagen.


Cristo es el rostro humano de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Jesucristo nos revela la vida íntima de Dios, el misterio más profundo de nuestra fe: que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, Él nos invita permanentemente a entrar en esta comunión de amor y vino al mundo para manifestarlo. De Él recibimos el don del Espíritu Santo. Por la acción del Espíritu somos, renovados a imagen de Jesús e incorporados a la vida de la Trinidad.

Cristo es el rostro divino del hombre: la dignidad de todo ser humano.

Cristo revela al hombre su auténtica dignidad como persona. En Cristo, que muestra la misericordia del Padre, se nos manifiesta la verdad, el setido y la misión de toda persona humana. Nuestro origen, y por tanto, nuestra dignidad están en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre e identificado con los pobres en su encarnación y en su cruz. Encontramos al Señor en los rostros de los hermanos que sufren, en los pobres resplandece la dignidad absoluta del ser humano. Ellos, víctimas de la injusticia y el desamor, son sacramento de Cristo. El rostro del pobre que sufre es signo elocuente del rostro del crucificado, donde se muestra que la misericordia se hace fuerte en la debilidad.

La comunión eclesial, nacida del corazón de Cristo, es reflejo de la Trinidad.

La Iglesia ha de irradiar el misterio de comunión misionera que contemplamos en Jesús y brota de la Trinidad. Ella ha nacido de la Alianza nueva que Cristo estableció con su sangre. La Iglesia es humilde y feliz servidora de esta acción del Espíritu en los pueblos y en sus culturas.
La santidad de la Iglesia brilla en todo su esplendor en el rostro de María, los santos y los mártires. También se manifiesta en el amor ejemplar, sacrificado, heroico y escondido de tantos varones y mujeres que peregrinan sobre esta tierra.

La vocación a la comunión del pueblo de Dios es un llamado a la santidad comunitaria y a la misión compartida, que sólo son posibles por la acción del Espíritu.
El pueblo de Dios ha de ser una casa y una escuela de comunión al servicio de la unidad de toda la familia humana. Esto ha de expresarse en mejores estructuras de comunión, en la superación de indiferencias y enemistades, en el diálogo maduro y en la práctica del compartir los bienes.

La comunión de la Trinidad, fundamento de nuestra convivencia social

Toda la vida en sociedad tiene para las personas un fundamento más hondo: Dios mismo. La Santísima Trinidad es fuente, modelo y fin de toda forma de comunión humana. A partir de la comunión trinitaria hemos de recrear los vínculos de toda comunidad: a nivel familiar, vecinal, provincial, nacional e internacional. En el diálogo y en el intercambio libre de dones, animado por el amor, se construye el "nosotros" de la comunión solidaria. Urge regenerar una convivencia social justa, digna, honesta y fraterna, que sostenga un sistema político y económico basado en la verdad, la justicia, la libertad, la equidad y la solidaridad. Esto implica rehacer los vínculos y recuperar la política como servicio al bien común, lo cual ayudará a fortalecer el sistema democrático.

Somos prójimos cuando nos hacemos cercanos, nos miramos con ternura y nos ayudamos generosamente los unos a los otros, sobre todo, cuando estamos heridos. Aprendemos a caminar juntos si asumimos las crisis de nuestros vínculos como un llamado de Dios para convertirnos, a fin de ser más unidos y solidarios, volviéndonos más familia y más pueblo.

Extractado del Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Buenos Aires publicado en Mayo 2007

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