miércoles, 16 de julio de 2008

Empezar por sentarse a la mesa


¿Por qué la institución familiar, cuya función es el cuidado, se puede volver violenta y peligrosa?. Los factores son complejos, diversos e interactuantes: comprenden a las personas, a las familias, a la comunidad, a la sociedad y su momento cultural.

Las personas con sus eventuales psicopatologías y propias historias en relación con la violencia; las familias con sus historias vinculadas con su origen; la comunidad con su capacidad o incapacidad de responder a las necesidades de las familias que la componen; las sociedades inclinadas a aceptar la violencia como herramienta para solucionar conflictos.
El círculo de la violencia resulta de una transmisión a través de las generaciones. Un padre violento con su mujer podrá aumentar la violencia de una madre violenta con sus hijos. Éstos, a su vez, se tornarán más violentos entre sí.
Y no sólo nos referimos a la violencia física, sino también al abuso emocional que comprende la utilización de los hijos con fines de alianzas en los feudos parentales o como lugares de descarga de furias y dolores o de apetencias narcisistas; también al descuido, al maltrato, a la burla, a la denigración.

Este aprendizaje será llevado luego a la calle, a la escuela, al mundo afuera de la familia. Al igual que la otra forma de violencia, la de enseñar a jugar con trampa: el foul en el fútbol como forma de ganar a cualquier costa también se "exportará" al mundo circundante y será a su vez generador de violencia social. También existen las llamadas familias "violentadas"; aquellas que han sufrido algún tipo de vajamen, ya sea por parte de la delincuencia o de las instituciones oficiales y privadas.

Cuando no encuentran respuesta adecuada en la sociedad, donde esperan ser escuchadas, comprendidas, afectivamente acompañadas, tenderán a convertirse en violentas e, incluso, a pensar en la venganza por propia mano.

En cuanto a los factores social y cultural, el vaciamiento de los valores espirituales y el eclipse del otro como persona con su dignidad de tal - unido a la falta de capacidad para integrar en forma saludable los valores del orden y de la libertad, con sus permanentes desafíos y conflictos - empujan a que las familias estén desconcertadas sobre adonde y cómo dirigir su misión de transmitir las ideas de cuidado y amor como experiencia cotidiana.

Mucho se puede hacer para modificar en nuestros hogares esta situación: empezando por la sencilla pero hoy complicada costumbre de sentarse a la mesa, al menos una vez por día, para compartir un lugar de reunión y diálogo. O aunque sea mantener ciertos días de memoria o festejo por acontecimientos relevantes de la historia familiar.

Todo esto parece importar poco hoy, en medio de la crisis de la existencia familiar y el imperio de la violencia como modo de vida. Una persona llega a su casa no con su sano cansancio, sino hastiada, violentada por el vértigo y la descortesía urbana. Su sola presencia desde el dintel de la puerta transmitirá una estampa de violencia. ¿Encontrará allí un bálsamo o verá su mirada de enojo multiplicada en la de su cónyuge y la de sus hijos? "Hogar es de donde partimos". Podríamos añadir: y al que llegaremos al crear uno nuevo para la generación que vendrá. Los hogares son el punto crucial del cuidado que disuelve la violencia.

Dr. Eduardo J. Padilla
Médico Psiquiatra

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