Ella: -“No paro en todo el día, tengo la casa hecha un desastre, cuando llego de trabajar me desborda la demanda de los chicos, los deberes, las peleas,…y para colmo, Ricardo trabaja siempre hasta tarde y cuando llega está tan cansado que no puedo contar con él”
Él: -“Trabajo diez horas por día, llego estresado a casa y me recibe una esposa agotada que me reprocha mi falta de colaboración para con las cosas de la casa y de los chicos”
Convivencia matrimonial vs. ritmo actual
Vivimos en un tiempo en donde predomina lo fugaz, lo rápido, lo deslumbrante en desmedro de lo perdurable y lo profundo. Se nos muestra con frecuencia vínculos desgastados por la rutina y lo cotidiano. Es un momento en donde parecería que se valora más lo inmediato y lo joven, por sobre la experiencia y la serenidad que da el paso del tiempo. Tampoco se resalta el aprecio por la intimidad, la soledad, el diálogo, las relaciones humanas y el silencio.
La moda actual va marcando pautas de vida: lo placentero y lo espontáneo tienen prioridad sobre la capacidad de reflexión, o el uso de la voluntad aplicada a un esfuerzo o exigencia. Se nos muestra que el mundo cambia constantemente y nos lleva a vivir pendientes de acontecimientos irrelevantes que suceden fuera del seno familiar, más que de las vivencias propias de la vida cotidiana construida de pequeños detalles. Se tiende más a huir de los problemas que a pensar en ellos para tratar de resolverlos.
La armonía conyugal no es un punto de partida en el matrimonio, sino un punto de llegada que pasa necesariamente por un terreno lleno de conflictos pequeños y a veces grandes, que no son la “desgracia del matrimonio”. Por el contrario, son oportunidades que disponen los cónyuges para renegociar una armonía que se va construyendo a lo largo del tiempo. Peor que los conflictos es la indiferencia dentro del vínculo.
Convivir no es sólo vivir con alguien
Convivir no es sólo vivir con alguien “codo a codo”, es formar parte de la vida del otro. Es compartir, incorporando los intereses ajenos como propios. Es “entender, tender al otro”, acercarse. Es un punto máximo de inflexión que comenzó en el enamoramiento y se traslada a la vida diaria. En ella hacemos al otro partícipe de todo aquello que se aloja en nuestra propia intimidad, en nuestro modo de ser. Articular dos vidas no es tarea fácil. Necesita del tiempo, del esfuerzo y de la voluntad de ambos cónyuges.
En la vida cotidiana es en dónde se plantean las mayores dificultades, en dónde debemos esforzarnos para aceptar al otro como es y ayudarlo a cambiar en todo aquello que sea necesario y factible. Sabiendo resignar con amor y paciencia inagotable, aquello que le fuera imposible modificar.
Es un trabajo laborioso porque implica pulir y allanar aquellos aspectos del otro que pudieran entorpecer la convivencia conyugal o familiar. Exige un trabajo continuo, suave y sosegado. Implica también proponerse metas muy concretas y claras tratando de alcanzarlas. De esta manera, la convivencia adquiere un carácter más ágil y armónico con grandes dosis de tolerancia para superar aspectos rígidos e inflexibles.
Lo valioso de la convivencia no es sólo la posibilidad de compartir la vida con el otro, sino tener la oportunidad de conocerlo en lo más profundo de su ser.
La convivencia exige de una voluntad dispuesta para que esta vida en común no sólo sea posible sino algo estable, inteligente y con capacidad de enfrentar dificultades sabiendo superarlas y evitando choques que generen mayores problemas.
Implica también combinar en su justa medida, dosis de amabilidad, de sentido del humor y de alegría, generando una auténtica complicidad.
Es bueno tener en cuenta que la convivencia es una oportunidad para transitar caminos con dificultades propias del crecimiento y la maduración personal que enriquecerán el vínculo conyugal.
Condiciones necesarias para la convivencia
Será más dificultosa la convivencia sino existe un conocimiento personal realista. Enfrentarse a uno mismo supone tomar conciencia de las aptitudes y limitaciones personales abiertas a superar los inconvenientes que surgen en la vida compartida. En el hombre anida lo grande, noble y bueno así como también sus miserias, defectos y aspectos negativos. La grandeza humana se manifiesta en el amor que no es sólo comprender sino también disculpar; hacer la vida agradable a los demás, es cuidar los detalles pequeños, es poner lo mejor de uno mismo. Es saber ceder y agradar.
También es necesario conocer la realidad en la que nos toca vivir, donde el ritmo actual no lleva a cuidar como algo preciado y único, esos espacios que son propios del matrimonio. Fijar un límite a lo que no es patrimonio del hogar permite restablecer algunos rituales familiares que ayudan a construir buenos recuerdos: cenas familiares, encuentros con amigos, un deporte compartido o alguna actividad con los hijos si los hubiera. Más allá de parecer cosas superfluas tiene el poder de unir sin proponérselo.
Dos elementos de los que no se puede prescindir en toda relación matrimonial son el respeto y la comprensión. Hablar de respeto significa hablar de amabilidad, de ser atento con el otro, de aceptar sus opiniones e ideas distintas de las propias. Es ser tolerante, es no oponerse inflexiblemente a las diferencias del otro. Implica aprecio mutuo ante la adversidad, los distintos estilos personales, las diferencias de caracteres facilitando la comunicación. Permite estar en desacuerdo sobre algún tema concreto sin que esta postura sea un motivo de ofensa. Ser respetuoso en la vida en común implica aceptar la dignidad del otro y apreciarlo por lo que vale.
Y para alcanzar la comprensión se necesitan dos elementos imprescindibles: entender y mirar con los ojos del otro. El ritmo de vida actual genera una exigencia intensa que puede desgastar a la pareja, si se prolonga en el tiempo empujándola a una crisis más profunda.
La estabilidad conyugal se afirma en una buena comunicación. Hablando con claridad, siendo concientes que el otro comprendió lo que le queremos decir, sin ironías, acompañando las palabras con los gestos, intentando comprender más allá de los estados de ánimos, del cansancio o de anteponer cosas personales.
La convivencia hoy de cara al futuro
Debido a la prisa en que se vive, como resultado de una ausencia de orden y tiempo convivimos con una permanente sensación de ansiedad y caos.
El hogar es el ámbito acogedor que brinda serenidad y sosiego. En toda convivencia siempre se puede mejorar, cuidando los detalles de la vida diaria, ofreciendo lo mejor de cada uno y conservando el sentido del humor. Es una labor de mejora personal continua, basada un aquellos proyectos en común y alimentado de buenos recuerdos.
Para lograr una unión matrimonial duradera, ambos cónyuges deben ir alimentando su amor día tras día, concientes que un para siempre, es la suma de muchos presentes ayudados por el esfuerzo y el cuidado constantes. De aquí el valor de la convivencia matrimonial.
Él: -“Trabajo diez horas por día, llego estresado a casa y me recibe una esposa agotada que me reprocha mi falta de colaboración para con las cosas de la casa y de los chicos”
Convivencia matrimonial vs. ritmo actual
Vivimos en un tiempo en donde predomina lo fugaz, lo rápido, lo deslumbrante en desmedro de lo perdurable y lo profundo. Se nos muestra con frecuencia vínculos desgastados por la rutina y lo cotidiano. Es un momento en donde parecería que se valora más lo inmediato y lo joven, por sobre la experiencia y la serenidad que da el paso del tiempo. Tampoco se resalta el aprecio por la intimidad, la soledad, el diálogo, las relaciones humanas y el silencio.
La moda actual va marcando pautas de vida: lo placentero y lo espontáneo tienen prioridad sobre la capacidad de reflexión, o el uso de la voluntad aplicada a un esfuerzo o exigencia. Se nos muestra que el mundo cambia constantemente y nos lleva a vivir pendientes de acontecimientos irrelevantes que suceden fuera del seno familiar, más que de las vivencias propias de la vida cotidiana construida de pequeños detalles. Se tiende más a huir de los problemas que a pensar en ellos para tratar de resolverlos.
La armonía conyugal no es un punto de partida en el matrimonio, sino un punto de llegada que pasa necesariamente por un terreno lleno de conflictos pequeños y a veces grandes, que no son la “desgracia del matrimonio”. Por el contrario, son oportunidades que disponen los cónyuges para renegociar una armonía que se va construyendo a lo largo del tiempo. Peor que los conflictos es la indiferencia dentro del vínculo.
Convivir no es sólo vivir con alguien
Convivir no es sólo vivir con alguien “codo a codo”, es formar parte de la vida del otro. Es compartir, incorporando los intereses ajenos como propios. Es “entender, tender al otro”, acercarse. Es un punto máximo de inflexión que comenzó en el enamoramiento y se traslada a la vida diaria. En ella hacemos al otro partícipe de todo aquello que se aloja en nuestra propia intimidad, en nuestro modo de ser. Articular dos vidas no es tarea fácil. Necesita del tiempo, del esfuerzo y de la voluntad de ambos cónyuges.
En la vida cotidiana es en dónde se plantean las mayores dificultades, en dónde debemos esforzarnos para aceptar al otro como es y ayudarlo a cambiar en todo aquello que sea necesario y factible. Sabiendo resignar con amor y paciencia inagotable, aquello que le fuera imposible modificar.
Es un trabajo laborioso porque implica pulir y allanar aquellos aspectos del otro que pudieran entorpecer la convivencia conyugal o familiar. Exige un trabajo continuo, suave y sosegado. Implica también proponerse metas muy concretas y claras tratando de alcanzarlas. De esta manera, la convivencia adquiere un carácter más ágil y armónico con grandes dosis de tolerancia para superar aspectos rígidos e inflexibles.
Lo valioso de la convivencia no es sólo la posibilidad de compartir la vida con el otro, sino tener la oportunidad de conocerlo en lo más profundo de su ser.
La convivencia exige de una voluntad dispuesta para que esta vida en común no sólo sea posible sino algo estable, inteligente y con capacidad de enfrentar dificultades sabiendo superarlas y evitando choques que generen mayores problemas.
Implica también combinar en su justa medida, dosis de amabilidad, de sentido del humor y de alegría, generando una auténtica complicidad.
Es bueno tener en cuenta que la convivencia es una oportunidad para transitar caminos con dificultades propias del crecimiento y la maduración personal que enriquecerán el vínculo conyugal.
Condiciones necesarias para la convivencia
Será más dificultosa la convivencia sino existe un conocimiento personal realista. Enfrentarse a uno mismo supone tomar conciencia de las aptitudes y limitaciones personales abiertas a superar los inconvenientes que surgen en la vida compartida. En el hombre anida lo grande, noble y bueno así como también sus miserias, defectos y aspectos negativos. La grandeza humana se manifiesta en el amor que no es sólo comprender sino también disculpar; hacer la vida agradable a los demás, es cuidar los detalles pequeños, es poner lo mejor de uno mismo. Es saber ceder y agradar.
También es necesario conocer la realidad en la que nos toca vivir, donde el ritmo actual no lleva a cuidar como algo preciado y único, esos espacios que son propios del matrimonio. Fijar un límite a lo que no es patrimonio del hogar permite restablecer algunos rituales familiares que ayudan a construir buenos recuerdos: cenas familiares, encuentros con amigos, un deporte compartido o alguna actividad con los hijos si los hubiera. Más allá de parecer cosas superfluas tiene el poder de unir sin proponérselo.
Dos elementos de los que no se puede prescindir en toda relación matrimonial son el respeto y la comprensión. Hablar de respeto significa hablar de amabilidad, de ser atento con el otro, de aceptar sus opiniones e ideas distintas de las propias. Es ser tolerante, es no oponerse inflexiblemente a las diferencias del otro. Implica aprecio mutuo ante la adversidad, los distintos estilos personales, las diferencias de caracteres facilitando la comunicación. Permite estar en desacuerdo sobre algún tema concreto sin que esta postura sea un motivo de ofensa. Ser respetuoso en la vida en común implica aceptar la dignidad del otro y apreciarlo por lo que vale.
Y para alcanzar la comprensión se necesitan dos elementos imprescindibles: entender y mirar con los ojos del otro. El ritmo de vida actual genera una exigencia intensa que puede desgastar a la pareja, si se prolonga en el tiempo empujándola a una crisis más profunda.
La estabilidad conyugal se afirma en una buena comunicación. Hablando con claridad, siendo concientes que el otro comprendió lo que le queremos decir, sin ironías, acompañando las palabras con los gestos, intentando comprender más allá de los estados de ánimos, del cansancio o de anteponer cosas personales.
La convivencia hoy de cara al futuro
Debido a la prisa en que se vive, como resultado de una ausencia de orden y tiempo convivimos con una permanente sensación de ansiedad y caos.
El hogar es el ámbito acogedor que brinda serenidad y sosiego. En toda convivencia siempre se puede mejorar, cuidando los detalles de la vida diaria, ofreciendo lo mejor de cada uno y conservando el sentido del humor. Es una labor de mejora personal continua, basada un aquellos proyectos en común y alimentado de buenos recuerdos.
Para lograr una unión matrimonial duradera, ambos cónyuges deben ir alimentando su amor día tras día, concientes que un para siempre, es la suma de muchos presentes ayudados por el esfuerzo y el cuidado constantes. De aquí el valor de la convivencia matrimonial.
Fuente: Instituto de Ciencias para la Familia Universidad Austral
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