Desde el Evangelio asoman verdades y actitudes que se tornan relevantes para el seguimiento de Jesús ante la realidad que hoy vivimos. Si hay algo que la Iglesia no puede dejar de hacer es, precisamente, construir comunidades. Bien podríamos decir que los primeros cristianos, tras la Pascua, espontáneamente dedicaron sus esfuerzos a la vivencia de lo comunitario. El lugar de privilegio que en la memoria de los creyentes ocupa la Iglesia de los primeros siglos tiene que ver, entre otros factores, con esa experiencia auténtica de la vida en comunidad.
En ella la Iglesia, más allá –o más acá– del anuncio explícito del Evangelio, proyecta en la historia un ideal de vida y de convivencia humana donde las diferencias –vividas como diversidad de carismas y ministerios– son integradas en la celebración de lo común.
La cuestión de lo comunitario ha ocupado un amplio espacio tanto en la literatura como en la praxis de la Iglesia de América Latina en los últimos decenios. Se hace necesario decir que el retorno a lo comunitario constituye una de las características de la espiritualidad cristiana de estos tiempos. Y con ello se asiste a un redescubrimiento de aquello que está en el corazón del Evangelio.
No hay Iglesia sin comunidad. Y donde hay comunidad comienza a insinuarse lo eclesial. Comunidad que es reflejo histórico de un Dios que, en lo más íntimo de su ser, no es soledad sino comunión de personas y que por eso llama a los hombres a la comunión. No hay otra “ayuda adecuada” para el hombre que no sea la de lo comunitario. Y no hay otra tarea para el cristiano que la creación y recreación de lo comunitario allí donde se encuentre.
¡Cuántas escenas de los evangelios transcurren en torno a una mesa, símbolo y realidad de la gratuidad que sólo se experimenta en el darse y recibirse a otros y de otros!
Entre las veredas de esta posmodernidad neoliberal que pregonan, por un lado, un renovado y cruel individualismo y, por otro, que no hay salvación para todos, la Iglesia debe vivir y levantar el pasacalles de lo comunitario, no en la declamación ni en la declaración de principios sino en la praxis cotidiana. En ninguna época de la historia hay mayor mensaje revolucionario que aquel que tiene que ver con las cosas más simples que Jesús anunció: el Reino para los pobres, el perdón de la deuda y el pan para todos. Sin vivencia de lo comunitario estas ideas son simplemente ideología. De nosotros depende que sean vida.
Oscar Campana
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