lunes, 29 de octubre de 2007

Comunicación y reencuentro


Abrir las puertas, cruzar el río de la indiferencia
por Hno. Germán Díaz
germansdb@hotmail.com


Verdaderamente, comunicarnos es encontrarnos, y malograr la comunicación sería separarnos. Propongo un pequeño inventario de actitudes cotidianas que nos someterán a pensar la comunicación y su importancia en infinidad de situaciones que creemos naturales o normales por el solo hecho de ser repetidas. Muchas actitudes y prejuicios hacen que nos dispongamos mal para el encuentro. A veces nos pasa que vamos a algún lugar pensando de antemano que está todo mal: a la escuela a reclamar una supuesta nota injusta de nuestro hijo, al supermercado pensando los aumentos de precios y exigiendo rápida atención a los empleados. Subimos al bus y ante una involuntaria acción brusca de quien maneja reaccionamos violentamente.

Encontrarnos con alguien por primera vez puede traer sus dificultades si no estamos del todo abiertos al encuentro. La primera vez en encontrarnos puede estar marcada por categorizaciones, prejuicios, esquemas mentales cerrados, etc. que actúan impidiendo el conocimiento profundo con el otro. Si, por ejemplo, de repente nos dicen que nuestro nuevo vecino estuvo en la cárcel, automáticamente se activa un escalofrío y ensayamos desde ese momento acciones frías y formales. Estas acciones anticomunicativas nos impiden encontrarnos enteramente con la persona que ingresa a nuestro círculo. Preferimos considerar "malo" de antemano lo desconocido y lo que aún no conocemos.

En expresiones comunes escuchamos: "más vale malo conocido que bueno por conocer". Hasta el refranero popular refuerza esta idea. Tendemos a juntarnos con los que son de nuestro equipo favorito, o votan a "tal político", o son de nuestro pueblo. Nos gusta sentarnos al lado de nuestro compañero de tareas en la reunión de personal, parece un "vendido" quien se junta con los de la otra sección.

Se vinculan ideas negativas con respecto a los demás, a los otros diferentes. En una parroquia, por ejemplo, los grupos juveniles difieren entre sí en organización y tipo de espiritualidad, pero, a veces, pareciera que estas mismas diferencias los separan y dividen para la construcción de una verdadera comunidad. Se escuchan en ocasiones ciertas expresiones como: "nosotros somos los únicos que trabajamos en las fiestas patronales", "el párroco no nos acepta porque somos los únicos que decimos las cosas de frente", y en un nivel exagerado pero no tan alejado de la realidad a veces pensamos: "No nos entienden, somos los mejores pero están decididos a hacernos la contra por envidia".

Posicionarnos como "los mejores" nos hace separarnos de los otros. Nos auto-clasificamos como seres maravillosos pero incomprendidos, de gran lucidez mental pero rodeados de conservadores e ingenuos. No podemos vivir así, nos falta una cuota de realismo. Debemos reaccionar y pensar acertadamente: No existen dos personas que realmente piensen igual, por lo tanto tampoco existen grupos que piensen igual o realicen acciones iguales a las nuestras. Sería un perfecto empeño de ingeniería genética hacer que dos seres humanos, incluso "clonados", puedan pensar igual o lo mismo, en el preciso momento y en equivalente situación.

Estas desavenencias son generadoras de conflictos y relaciones comunicacionales. Nos cuesta mucho entender y entendernos. Es un arduo trabajo para cada uno de nosotros, salirnos de nuestras ideas "atornilladas" y "herrumbradas", para encontrarnos con el otro y construir de a poco una nueva visión de las cosas.

¿Y por qué no?

Existe una frase pequeña pero revolucionaria y sanadora: ¿Y por qué no? ¿Por qué las cosas no pueden ser de otro modo? ¿Por qué las cosas deben ser como las pensamos o las imaginamos? ¿Por qué no podemos salir de nuestros proyectos personales y entender definitivamente que no tenemos la verdad? Si, así como lo leemos: ¡No tenemos la verdad! ¡Nuestro proyecto no es el mejor, ni el más innovador! ¡No somos los más importantes de nuestra empresa, ni de nuestra familia, ni del barrio! ¡No somos los más genios de la congregación!
De cuanta libertad interior nos llenamos cuando descubrimos que en realidad somos seres humanos imperfectos y que vamos caminando día a día desde la pobreza y la humildad al reconocernos ser lo que somos. Romper definitivamente el ego que tantas dificultades nos trae es una gran liberación interior que atrae muchos mas beneficios.

Querer perpetuarse en el poder, en el cargo, en una posición, en realidad es el gran miedo a enfrentarse a la propia pobreza. Encontrarnos con quienes somos sin títulos nobiliarios, ni cargos, ni diplomas es reencontrarnos con nosotros mismos para de esa forma hacernos libres para darnos totalmente a los otros. Jubilarnos de nuestros pensamientos de creernos literalmente el ombligo del mundo.

Esto si será un verdadero reencuentro con los demás, libres de prejuicios, de ansiedades, de programaciones interiores, de trajes y vestuarios escenificando un personaje y escondiendo lo que verdaderamente somos. Así podremos conocer al otro tal cual es, podremos hablarle a los ojos sin juzgarlo, sin encasillarlo en nuestras expectativas.
Pensemos por un momento el daño ocasionado por quienes ponen todos sus sueños personales en sus hijos, en sus estudiantes, en sus seminaristas. Son sueños de "uno" colocados a presión en la libertad de los otros. Y así sufrimos días, meses y años porque el hijo menor abandonó medicina, o la nena no quiere trabajar en la empresa familiar, o ese seminarista tan inteligente que dejó los sueños "púrpuras" del formador por los de una amable catequista.

Para comunicarse hace falta vaciarse de todos los prejuicios y expectativas personales. Dejar atrás los sueños de "hadas" y dialogar con la realidad. Como dice Sören Kierkegaard para quien se aventura en el camino de la fe, debe sacarse las ropas y tirarse a nadar al río. El idealista es el que conoce a la perfección la técnica de "crol" pero no se anima a cruzar el río a nado.

Animarse a abandonar todas las ataduras, las experiencias personales que son supuestamente las más aleccionadoras, la propia vida que sin ser la mejor pretende pararse como medidor de todas las otras. La gran enfermedad de la egolatría nos enferma la comunicación. Abandonar nuestro ego significa encontrarnos con mi alter y entonces así entendernos, comprendernos, tolerarnos, esperarnos, amarnos.

Este es el gran paso para el reencuentro, el puente de la comunicación se construye dinamitando las murallas, los miradores, las grandes torres de contraataque. La comunicación se inicia abriendo las puertas, dejando entrar los rayos del sol para que seque y sane las heridas.

Comunicarse significará lo que pide Jesús, abandonarlo todo y buscar desde la humildad. Así será el reencuentro, solo sin nada que trabe, que preocupe, que juzgue. Será realmente un encuentro profundo con el otro, con aquel que espera todo de mí.

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