Riesgos a los que están expuestos niños y adolescentes al navegar por Internet. Consejos para acompañarlos.
Como consecuencia de las oportunidades que ofrece la tecnología, la sociedad experimenta nuevas formas de comunicación y de concebir las relaciones que hasta ahora estaban reservadas al mundo digital. Aumentar la facilidad del contacto implica también aumentar el riesgo: muchos jóvenes tienen ya su propio blog y su propio portal en la web, en donde exponen pensamientos, pasiones, esperanzas, fotos y videos en una ventana abierta y sin filtros. Cada vez se requiere más sentido común, inteligencia y prudencia por parte de los adultos para acompañarlos, pero ya no hay marcha atrás. No podemos escondernos en casa y cerrar la puerta con llave.
Se trata de algo que está sucediendo ya y que implica novedad en las relaciones y en la amistad, nuevos valores sociales compartidos a gran escala, interacción de infinidad de grupos asociados por intereses y valores, reciprocidad, transparencia, reciclaje.
Sabemos que la web (junto con la TV y los videojuegos) ha tomado, quizás (y nosotros se lo hemos dado), el lugar de las niñeras y, si no estamos atentos, puede “usurpar” a los padres su rol de educadores. En el corto espacio de una generación, por primera vez en la historia, los más próximos e inmediatos “proveedores” de formación moral no son los padres ni la parroquia y, en realidad, ni siquiera la escuela, percibida apenas como dispensadora de nociones y teorías. Hoy nuestros hijos están solos ante una pantalla, ya sea la de la computadora, la de un televisor, la de un celular o de un mp3, etc. Pero dejar todo al albedrío de la virtualidad o rendirse a los hechos, es como dejarlos salir solos a la calle. ¿A partir de qué edad se lo permitiríamos?
Una calle, a su vez, “planetaria” y poblada por una muchedumbre frenética. Los adolescentes se tiran de cabeza en esta jungla llena de aventuras y de comunicaciones: blog, vlog, podcast, foros, etc. Pero ¿de qué clase de comunicación se trata?
La mera recepción y circulación de información, de “inputs”, sin una auténtica interrelación que permita confrontar, preguntar, expresar dudas, más que constituir una gran “comunidad del saber”, aísla del mundo real. Deja al niño o adolescente a merced de una cantidad de información que para él tiene toda el mismo valor, y que lo encuentra incapacitado para discernir, evaluar, jerarquizar. No se puede tener el necesario espíritu crítico sin el contacto con personas y relaciones “reales”.
Además, cualquier tipo de tecnología digital memoriza datos sobre el usuario, sus preferencias, gustos, y los usa para “fichar” la persona sin su consentimiento. Para Internet, “existo” y “soy” como “resultado” de estos informes. Y estos datos son objeto de estrategias de consumo tan imponentes como insospechadas.
Sin embargo, pese a todo, el lector podría objetar: “Si apago la computadora (o la TV), los chicos andan ‘como bola sin manija’, son hiperactivos, me ponen nervioso, es difícil involucrarlos y jugar con ellos”.
Es verdad: no es sencillo. Pero, como consecuencia de tantas horas vividas “virtualmente”, vemos fenómenos sociales inéditos: depresión infantil, un creciente déficit afectivo en las familias, paradójicamente junto a una hiperprotección por parte de los padres hacia conflictos que sus hijos encontrarán inevitablemente en la vida real.
Sin pretender tener todas las respuestas ni soluciones mágicas, compartamos algunas ideas. Aprovechemos los medios de comunicación digital para un sano debate familiar: de vez en cuando naveguemos junto a nuestros hijos. Pongamos límites a los tiempos dedicados a la virtualidad. Demos importancia a todo: al juego “real”, hecho de encuentros personales con los amigos, al deporte, al estudio, por supuesto, y la participación en las tareas familiares. Pidamos a nuestros hijos que nos expliquen cómo ver un video en un vlog, o que nos cuenten una película que han visto, juguemos con ellos en la “playstation”: podremos conocer y evaluar los contenidos más o menos subliminales que absorben.
Cada familia puede salvaguardar sus espacios de intimidad, de diálogo, encontrar sus equilibrios y definir el “qué” y el “cómo” de la interacción con el mundo virtual. Es necesario un mínimo de conocimiento de los instrumentos que manejan nuestros hijos, no para “vetar”, pero sí para no abdicar a nuestro papel de padres. Así, con relaciones reales, empáticas, podremos convivir con cierta serenidad con los nuevos medios y entender a nuestros chicos, compartiendo los valores comunes fundamentales para la cohesión de cualquier sociedad. Si tenemos a veces la inquietante sensación de convivir casi con “extranjeros”, exponentes de otra cultura, un diálogo abierto ahuyentará fantasmas y permitirá el auténtico crecimiento.
Datos nada virtuales
-Una encuesta difundida por la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) revela que el 51% de los niños y adolescentes se conecta diariamente a Internet, y que en el 53% de los hogares no siempre hay un adulto responsable junto al chico que navega por la web.
-El 26% de estos chicos informaron a sus padres sobre alguna situación desagradable, por acceder a sitios de adultos o chatear con desconocidos.
Glosario
Vlog: Un videoblog o vlog es una galería ordenada de breves videos, publicados por uno o más autores en una página web. El “editor” puede autorizar a otros usuarios a añadir comentarios u otros videos en la galería. Es la evolución lógica de los blogs, y utiliza los mismos sistemas y canales.
Podcast: Es la creación de archivos de sonido y de video y su distribución directa –sin necesidad de “bajarlos” a nuestro equipo– desde Internet a un reproductor.
Mp3: Es un formato de audio digital comprimido en archivos reproducibles en un dispositivo que lleva el mismo nombre. El término viene de Moving Picture Experts Group. Los Mp4 incluyen una cuarta capa: el formato video, subtítulos y contenido tridimensional, entre otros. Estos pueden ser “abiertos” (vistos, oídos) desde Internet.
Fuente: www.ciudadnueva.org.ar
No hay comentarios.:
Publicar un comentario