jueves, 7 de febrero de 2008

Mejorar la comunicación con los demás



Generalmente, no logro comunicarme con alguien, porque antes de decirle algo no me detengo a pensar qué va a producir en él ese mensaje.

Por eso, si quiero llegar al otro, es bueno que me pregunte: "Lo que le voy a decir, ¿podrá producir en él una reacción positiva?". "El modo como se lo voy a decir, ¿provocará algo bueno en él?".

Nunca hay que suponer que lo que uno va a decir será bien interpretado, porque todos tenemos distinta sensibilidad, experiencias diversas, y formas de pensar que no coinciden.

El contenido de mis palabras

Puede suceder que a mí me interese mucho un tema, pero si ese tema nunca fue parte de la vida del otro, mi conversación será aburrida y poco interesante. No hay que olvidar que a alguien puede atraerle un tema si tiene algo que ver con alguno de sus intereses, con algún proyecto suyo. Yo no puedo pretender que al otro de golpe le interesen cosas que a mí me parecen importantes, si él nunca se detuvo a reflexionar sobre esas cuestiones. Los demás no tienen por qué estar pendientes de mis intereses y gustos.

Por ejemplo, si me gustan mucho las plantas, no puedo estar siempre haciendo comentarios sobre los árboles a otro que está muy preocupado por los problemas sociales. El primer paso para llegar al otro será comenzar hablando de lo que a él pueda interesarle. Así se sentirá como en su casa. Luego, en el momento adecuado, comenzaré a hablarle de las plantas.

Esto no significa esconder mis intereses y mis opiniones; tampoco significa que deba decir sólo lo que al otro pueda agradarle. Obrando así sólo estaré ofreciéndole una máscara y no le entregaré nada real. De lo que se trata es de partir de los temas que al otro le interesan para crear en él una acogida necesaria que le permita abrirse a otras cuestiones.

Mi modo de hablar

A veces sucede que los temas de mi conversación son realmente del interés del otro. Pero él no me escucha con gusto porque hay otras cosas en la forma de expresarme que no le agradan o que perturban su emotividad.

Esto depende de los distintos temperamentos. Hay personas muy sentimentales, suaves, de apariencia frágil, amantes de la serenidad, que se agotan cuando tienen que estar mucho tiempo con alguien que habla a los gritos, o con una voz muy aguda, o con demasiada velocidad.

Aquí no se trata de los contenidos, sino del modo de expresarse que al otro le resulta chocante. Y este modo de expresión se refleja también en otras manifestaciones físicas: una mirada dura, labios apretados, colocarse muy cerca del rostro del otro, etc.

También puede suceder lo contrario: que el otro ame las expresiones directas, firmes, claras, pero yo me expreso de un modo muy débil, con una voz que casi no se escucha, y mirando al piso. Esto puede ser insoportable para él, o puede provocar que él no le dé importancia a lo que digo.

En los dos casos, puede ocurrir que el otro esté completamente de acuerdo con el contenido del mensaje, pero no hay entendimiento porque le molesta mi modo de expresarme, el "tono" con el cual me comunico y digo las cosas.

La misma dificultad de comunicación puede darse cuando uno es demasiado "dulce", excesivamente cariñoso o paternalista, como si estuviera hablando con un niño. Posiblemente al otro no le agrade que lo traten como a un niño.

Quizás haya que tener muy en cuenta la velocidad de nuestra conversación: hay personas que odian que les hablen demasiado rápido, porque sienten que no se las respeta, o que se las quiere dominar. Otros, en cambio, rechazan que alguien les hable demasiado lento, y se ponen ansiosos esperando que el otro termine cada frase.

A veces podemos estar muy de acuerdo con otra persona, pero no nos encontramos a fondo porque no nos adaptamos al tono y a la velocidad del otro.


Ideales y pasiones

Este punto puede ser determinante para conseguir una comunicación verdaderamente profunda, para lograr entrar intensamente en el corazón del otro y compartir su vida.

Como vimos en el capítulo anterior, se trata de ubicarme desde la "pasión" del otro, para hablarle a partir de eso. Es descubrir qué le apasiona y tratar de compartir de algún modo esa pasión. Sólo a partir de allí se puede llegar a una comunicación que vaya más allá del respeto mutuo y se transforme en profundo amor e intensa comunión.

Esto es algo más que hablar sobre las cosas que le interesan al otro. Es descubrir cuál es su pasión más profunda, lo que más desea en la vida, el eje emotivo de su existencia.

Esto significa que debo descubrir el fondo de verdad que hay en lo que apasiona al otro. Si tengo algo que cuestionarle, lo haré sólo a partir de esa coincidencia que puedo lograr, y le hablaré como si me preguntara a mí mismo en qué puedo mejorar y crecer.

Puede tratarse de cosas simples, pero muy importantes para él, como la pasión por el fútbol o por el cine. Se tratará entonces de intentar leer revistas y ver programas que me lleven a entender mejor esa pasión, a vivirla.

No se trata sólo de estar informado para poder sostener una conversación, sino de ser capaz de "emocionarme" con él.

Pero también puede tratarse de cosas más difíciles, que tienen que ver con ideales de vida, con opciones personales. Y esto se torna complejo si tenemos posturas diferentes y ya hemos discutido sobre eso sin poder entendernos. Entonces, conviene intentar otra forma de diálogo, colocándome en el lugar de su "pasión", partiendo de la parte de verdad que puedo reconocerle.

Pero llega un momento de la relación en que no basta hablar. El otro querrá comprobar la autenticidad de mi coincidencia con él, y esperará algún gesto de mi parte para que mis palabras no le parezcan vacías.

Por ejemplo, puedo descubrir en el otro un profundo amor por la cultura, o un deseo de luchar por una mayor justicia o por la defensa de los desprotegidos. En ese caso, la mejor manera de alcanzar una buena comunicación con él será luchar juntos por algo concreto que tenga que ver con esos ideales.

Cuando alguien lucha por algo con tanta pasión que hace de eso la razón de su vida, el único modo de ayudarlo a ver otras cosas es apasionarme con él y acompañarlo en su lucha. Cuando él advierta que estoy luchando a su lado, entonces sí estará dispuesto a escucharme con interés y respeto.

Hablar con imágenes

Algunas personas, cuando hablan, usan muchas imágenes. Veamos algunos ejemplos:

"Es linda como una rosa".

"Me ofendió mucho. Tengo como un nudo en la garganta".

"Está siempre tranquilo como un arroyo".

"Me arde, como si tuviera fuego en el estómago."

Los que utilizan muchas imágenes en sus conversaciones se comunican mejor, son escuchados con más atención, agradan más.

Porque, de hecho, no podemos pensar sin imágenes, y, además, hoy dependemos mucho de las imágenes visuales. Habituados a la televisión, los carteles o las películas, estamos muy acostumbrados a recibir los mensajes a través de imágenes, y nos cuesta mucho más estar atentos o interesarnos cuando el mensaje nos llega de un modo abstracto, con pocas imágenes o con imágenes poco atractivas.

Por eso, es sumamente importante tratar de hablar usando más comparaciones visuales en la conversación, más expresiones que lleven al otro a imaginar bien lo que le digo.

Pero, sobre todo, si quiero comunicarme con alguien, tengo que tratar de descubrir el tipo de imágenes que más le gustan, aquello que le produce un placer interior:

A ciertas personas les atraen mucho todas las cosas que tengan que ver con el agua (la lluvia, el mar, un arroyo, un manantial, una gota), a otras personas les agrada especialmente la variedad de colores, a otras todo lo que tenga que ver con la vegetación (una hoja que cae, un bosque, una pradera verde, un tronco, un fruto, un brote).

Entonces, si en mi trato con esa persona trato de utilizar frecuentemente esas imágenes, posiblemente mi conversación le resultará gratificante, y me escuchará con agrado y atención.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ.

Del libro: "Para mejorar tu comunicación con los demás". San Pablo. 2007
Fuente: San Pablo on line. www.san-pablo.com.ar

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