Alocución televisiva de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor”(Sábado 3 de julio de 2009)
“Hoy quiero hacer un comentario acerca del Sacramento del Bautismo que, como sabemos, es la puerta de todos los sacramentos porque en él recibimos el perdón de los pecados, somos engendrados a la vida divina al recibir la Gracia de ser hijos de Dios y, así nos incorporamos a la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia”.
“En los orígenes de la Iglesia el Bautismo de adultos era la práctica común, pero sin embargo ya en el Nuevo Testamento, por ejemplo en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se hace mención de la conversión de familias enteras. Se habla de familias enteras que son bautizadas incluyendo seguramente, también a los niños. Ya en el siglo II tenemos testimonios de que la comunidad cristiana bautizaba a los niños; luego ésta se ha ido haciendo la práctica general”.
“El Bautismo de los niños es algo bellísimo porque, en realidad, en ese caso es cuando se manifiesta con mayor plenitud la pura gratuidad de la gracia de la salvación, que nos hace hijos de Dios. El niño recibe esa gracia como un regalo total”.
“En nuestro pueblo se conserva felizmente el sentido del valor del Bautismo; esto es algo espontáneo en la mayor parte de la población argentina. Sin embargo, tendríamos que tomar en cuenta algunas dificultades”.
“Por ejemplo, se da el caso, muy frecuente hoy día, de padres que aún apreciando el Bautismo no tienen una conciencia clara del compromiso que ellos mismos están asumiendo. Porque al trasmitirles a sus hijos la vida de la fe están comprometiéndose a educarlos en esa misma fe. De hecho, en la celebración se pide expresamente que los padres. De hecho, en la celebración se pide expresamente que los padres manifiesten ese propósito. Además, en nombre de su hijo deben pronunciar la renuncia al demonio, al pecado y a todo lo malo y profesar la fe de la Iglesia”.
“Hay que llamar la atención para que el Bautismo no se solicite simplemente como efecto de una especie de arrastre cultural, sino que sea una convicción cierta de que es un regalo de Dios que implica el compromiso de conciencia de los padres para educar cristianamente a sus hijos”.
“Hay otro aspecto que puede ser considerado secundario pero que manifiesta una cierta ambigüedad en este campo: es el de la elección del nombre. Aparece cada vez con mayor frecuencia el caso de chicos a los que sus padres ponen nombres no cristianos. Se han puesto de moda nombres paganos, nombres aborígenes y no entro en el caso de las modas extravagantes. Me refiero sólo a lo religioso: están privando al niño de un patrono celestial y de la posibilidad de celebrar su onomástico”.
“Un remedio parcial de este olvido del valor del nombre consiste en que al inscribir al niño para el bautismo, se invite a los padres a que añaden un nombre cristiano, que sea verdaderamente “su nombre de pila”, como se decía antes. No figurará en el documento de identidad pero sí en su registro de bautismo y será el nombre por el cual ellos se refieran también a un patrono celestial la Santísima Virgen en sus muchas advocaciones o uno de los innumerables santos”.
“Pero hay un problema que considero más grave todavía. Empieza a notarse ahora que algunos padres católicos no sólo difieren el Bautismo de sus hijos sino que lo eluden con el falso argumento de que cuando ellos sean grandes deben decidir si quieren ser cristianos”
“Aquí hay un error muy serio, porque si esos padres son realmente católicos y viven su fe, ¿qué mejor pueden desear para sus hijos que el don inestimable de la gracia divina? Este error, que se registra incluso entre personas cultas, bien formadas, es totalmente contrario a la enseñanza y a la disciplina de la Iglesia. El argumento (que los hijos decidan por su cuenta cuando sean grandes) es muy curioso. Porque esos mismos padres, aparentemente tan respetuosos de la libertad de sus hijos, les imponen toda clase de condicionamientos y determinaciones en otros campos de la educación: eligen para ellos costumbres, gustos, estilos; los hacen simpatizantes de un club de fútbol para que comparta el fanatismo del padre y deciden si debe estudiar alemán o inglés, flauta o patín o dibujo. Les imponen montones de cosas, pero los privan del don de la fe y de la gracia de Dios durante los años decisivos en los que se configura la personalidad”.
“¡Aquí hay una verdadera contradicción! Y esto no es sólo un error sino que me atrevo a decir que es también un pecado, una falta de piedad y de amor para con el hijo al cual dedican tantos cuidados y privan del mayor de los dones: lo privan de Dios”.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
Fuente: Aica
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