Jesús nos llama siempre y nos invita diciéndonos, como a los discípulos: "Ven y verás" (Juan 1,38)
El Bautismo es un momento privilegiado de encuentro entre la familia, pequeña iglesia doméstica, y la comunidad eclesial.
Con el Bautismo, Dios Padre nos hace hijos y nos incorpora a su familia, la Iglesia.
La Iglesia es la familia que Dios nos regala para que nos comuniquemos con El y entre nosotros.
¿Quién inspira a los padres para que pidan el Bautismo para sus hijos?...es Dios mismo porque, aunque los padres no sepamos dar razones, aun sin saberlo, actuamos movidos por el Epíritu Santo que nos elige, nos llama y nos sigue llamando siempre a lo largo de nuestra vida.
Cuando nos encontramos y compartimos el encuentro prebautismal, rememoramos nuestro Bautismo, hicimos memoria o, lo que es más claro quizá, vivimos lo que vivieron nuestros padres y padrinos.
Por supuesto que las costumbres cambiaron y seguirán cambiando; cambió la manera de relacionarnos como Iglesia pero, la esencia es siempre la misma y, la emoción que nos invadirá cuando participemos de la celebración, el íntimo convencimiento de estar haciendo algo que Dios mismo nos pide, lo misterioso de cada signo que nos revela su presencia, no han cambiado porque es el mismo Señor que nos llama, el mismo Señor de ayer, de hoy y de mañana.
La celebración será una fiesta en la cual compartiremos y exteriorizaremos, la alegría de recibir el don que Dios nos regala a través de Jesús y de la Iglesia.
Sabemos que en la luz del cirio y de la vela bautismal está presente Jesucristo que nos recuerda que El es el camino, la verdad y la vida y quien vaya a El nunca estará solo.
El Bautismo es el sacramento de la fe
La fe es lo que nos une a los bautizados y es lo que, como padres y padrinos, nos comprometemos a alimentar en nuestros hijos pero, para ello, primero tenemos que alimentarnos nosotros porque "nadie puede dar de lo que no tiene y hablar de lo que no conoce".
La luz que padres y padrinos recibimos el día de nuestro Bautismo, tiene que servir para iluminar a nuestros hijos y ahijados en su camino por la vida.
Dice el Cardenal Carlo María Martini: "Educar en la fe es difícil pero no imposible, por el contrario, es posible y hermoso".
Estas palabras nos tienen que animar a hacerlo, porque la fe no es un acto aislado sino que forma parte de lo que somos, hacemos, pensamos y sentimos, forma parte de nuestro ser.
¿Y qué somos?, personas únicas, irrepetibles, que nacimos y crecimos en una familia humana, no importa si fue más o menos funcional, importa que respondió al deseo de Dios de ser portadora de vida y, cuando nos bautizaron, nos incorporaron a la gran familia de Dios, la Iglesia.
Por éso, nada de lo humano nos es ajeno y nada de la fe nos tiene que ser ajeno. Nuestra misión como padres y madres, como familia, es ayudar a nuestros hijos a crecer sanos y fuertes con una fe no ajena a la vida de todos los días.
Educar en la fe es difícil porque hoy, en muchos de los ambientes que frecuentamos, no se viven algunos valores básicos y las costumbres sociales se han modificado notablemente.
En una sociedad que privilegia los valores materiales, el consumismo y el poder del dinero, hemos perdido el sentido de lo gratuito, y se nos hace difícil reconocer el regalo que Dios nos hizo el día de nuestro Bautismo, la fe.
Nuestros hijos necesitan ser espectadores y actores de actos de fe, de confianza, de amor; necesitan ver y oir para después comprobar en los hechos la verdad de lo que se les quiere transmitir.
Necesitamos compartir tiempo juntos, sentarnos a la mesa, escucharnos o, estar simplemente juntos, aunque sea sin hacer nada, eso les dará la visión de que Dios es "familia", y como dice el Evangelio "cuando dos o más se reúnen en su nombre, allí está Jesús presente". No necesitamos grandes gestos sino pequeños actos de amor, de confianza. Necesitamos estrechar vínculos para conocernos y aceptarnos porque Dios nos hizo a cada uno necesario y distinto para aportar nuestro ser para el crecimiento mutuo.
No nos permitamos dejar que un televisor nos robe los momentos de compartir la mesa. Nuestra familia nuestro hogar, es el continente que nuestros hijos necesitan para crecer sanos y fuertes. El Papa dice que uno de los dramas de nuestro tiempo es la orfandad y que la peor de ellas es la "orfandad con padres vivos" porque se debilitan las tradiciones, la escala de valores familiares y los jóvenes, crecidos en la orfandad, parece que no creen en sus padres porque, muchos padres, se adecuan a lo que está de moda y dejan de transmitir esos valores familiares.
Dios, con la vida nos da la libertad pero, en nombre de una libertad sin límites, muchos padres confundidos por el entorno, nos apartamos de nuestra misión, permitiendo la entrada a la vida de nuestros hijos, de múltiples y ajenos modelos culturales. Nuestros hijos, también confundidos tampoco encuentran en nosotros "tierra firme" y referentes creíbles. Lamentablemente, si no los encuentran en nosotros, los buscarán en otra parte, aun en sustitutivos como la bebida o la droga.
Educar es posible y bello, no dejemos que nos roben la posibilidad de tener hijos con personalidad. Tener personalidad es ser la persona que estamos llamados a ser, únicas, irrepetibles, capaces de jugarse por el bien y la verdad, como lo hizo Jesús.
Recordemos siempre, toda nuestra vida, que el Bautismo es una contínua opción por un estilo de vida del cual, la celebración bautismal, es simplemente un punto de partida para un camino de fe, esperanza y amor.
"Quien tiene un por qué para vivir, siempre tendrá un cómo."
(Viktor Frankl.)
Que esta reflexión nos ayude a conservar la mirada puesta en quien dio la vida por nosotros y por nuestra salvación, porque conociéndolo, amándolo y siguiéndolo, encontraremos el sentido de la vida.
Autor: María Inés Maceratesi
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