VOLVERSE A JESÚS
Cercana la festividad litúrgica de Pascua urge peguntarnos cuáles son nuestras expectativas para celebrarla con honestidad y coherencia.-
Por eso, nos venimos preguntando en estos días de cuaresma si somos honestos con nosotros mismos y coherentes con la fe en Jesucristo y su Evangelio.
Honestos… lo somos si al llamarnos cristianos encaramos nuestro cotidiano acontecer con la mentalidad del mismo Jesús reflejada en cada página de su Evangelio.
Coherentes… lo somos si la participación en la Misa dominical es punto de referencia de que, domingo tras domingo, los que nos rodean perciben que algo pasa en nuestra existencia personal. Si nuestro ser cristiano nos hace distintos pero no distantes.
Si quedamos satisfechos con un fiel cumplimiento al precepto dominical y no evaluamos nuestro cambio de mentalidad y nuestra transformación de actitudes como discípulas/os de Jesucristo, somos sencillamente deshonestos e incoherentes.
La festividad de Pascua nos trae una gran tarea, la que durante la Cuaresma hemos venido recordando para sincerarnos y responder al nombre cristiano. Urge que en estos días cercanos a la Pascua repensemos qué significó para Jesús su Pascua y qué repercusión tiene en nosotros… para la historia de la sociedad humana.
Lo sabemos, es nuestra Fe Cristiana, la Pascua de Jesús significó su muerte y resurrección. Pascua: paso de la muerte a la vida que en su última cena con sus primeros discípulos, encuentra la forma de salvar al mundo entero. Yo soy… para la vida del Mundo. Y este anuncio… de su propia vida para que nosotros la vivamos lo hace realidad la Misa… llamada también Eucaristía… la Cena del Señor…
Si queremos ser honestos y coherentes, preguntémonos que repercusión tiene la Misa dominical para el resto de nuestra existencia ciudadana. ¿Acaso Jesús no es nuestra Pascua y la Misa es el alimento pascual para nosotros tal cual nos lo revelan las enseñanzas del mismísimo Jesús y lo viven las primeras comunidades de sus discípulas y discípulos? Jn 6. Mc.14, 22 - Mt.26, 26-29 - Lc.22, 17-20 -1 Cor.11, 21-23
Es un hecho que lo que hoy llamamos Misa (Eucaristía) arranca de la última Cena de Jesús con sus discípulos. A tal punto que las primeras comunidades cristianas la llamaron, en forma sencilla y muy expresiva: la Cena del Señor. Y como comentábamos en homilías pasadas, en intención profunda e íntima de Jesús, la última Cena tal cual la celebró, en gestos y palabras, es el compendio de su mensaje que nos es trasmitido línea tras línea en su Evangelio, que Jesús lo sintetiza: el Reino de Dios.
En consecuencia, la Mesa de la Eucaristía, debidamente preparada por la Mesa de la Palabra, va creando, en la sociedad humana, comunidades testigos del Reino, testigos de un mundo nuevo, cuyo perfil es la acogida fraterna y la amistad social en un equitativo compartir la vida… es decir bienes y personas. Cuando esto va aconteciendo, el Reino de Dios va surgiendo. Dios reina como Padre cuando las personas se relacionan como hermanas y hermanos. El compartir la Cena del Señor (Misa-Eucaristía) crea y capacita la comensabilidad fraternal en un compartir familiar. La Iglesia en su rostro de pueblo de Dios, de familia de hijas e hijos de Dios, se va creando en cada misa para proyectarse como levadura de sociabilidad equitativa y justa en la ciudadanía en general. Es lo que los obispos llamamos “amistad social” que beneficia a gobernantes y gobernados, buscando el interés de todos y cada uno de los ciudadanos.
Es la médula de la misión cristiana.
En la Argentina de hoy, necesitada de comunidades de testigos de la muerte y resurrección de Jesús… testigos de la Pascua, testigos del Reino, testigos de una sociedad argentina nueva, urge redescubrir la energía pascual transformante, encerrada en la Misa. Y que se la encuentra cuando se participa con la intención del Señor Jesús en la última Cena, en vísperas de su muerte en Cruz Salvadora.
Miguel Esteban Hesayne
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