La familia no es algo inerte, cumple con diferentes etapas evolutivas. Cada una de ellas la llevarán a construir lazos más fuertes y amorosos.
Una de esas etapas cobra una cierta singularidad, y los psicólogos han denominado síndrome del nido vacío: acontece cuando los hijos se emancipan y abandonan el hogar. Debido a que se trata de un diagnóstico clínico-médico o psicológico, es difícil encontrar estadísticas acerca de cuántas personas lo experimentan.
No es fácil vivir la experiencia de un hijo que parte. En la ausencia, se generan sentimientos de extrañeza, nostalgia, soledad, pérdida. Si bien es una crisis personal, que puede provocar fatiga, problemas sexuales, ansiedad, desinterés por las actividades cotidianas, este síndrome se origina, generalmente, en padres que hicieron de la familia el centro de su vida, restándole dedicación, durante esos años, a la pareja o a sus propios proyectos.
La mayoría de los autores que han tratado de explicar este síndrome han impreso sobre él una carga negativa. Se habla de la posibilidad de desarrollo de una depresión, un trastorno afectivo enmascarado, de características depresivas, donde reinan los sentimientos de tristeza y de pérdida.
Se manifiesta, más comúnmente, en las madres, encargadas de velar por el hogar y la familia, postergando sus intereses en bien de los demás. Ellas sienten el vacío del nido como un vacío en su identidad. Los padres no están exentos de vivirlo, dado que los roles familiares clásicos, hoy son funcionales, como consecuencia de los cambios sociales, laborales y culturales. El riesgo se incrementa cuando coincide la emancipación de sus hijos con la jubilación laboral. Tanto las unas como los otros deben reconocer que están experimentando una pérdida y que es normal que esto duela. Hacer un duelo por la familia que fue implica un montante de angustia por los lazos que se modifican.
Además de protegerse mutuamente y proporcionarse un hogar, el gran desafió que enfrentan las familias es el de soltar, dejar en libertad… La gran tarea, en todas las fases de crecimiento familiar, es ante todo, para los padres, la de desprenderse” (La Aventura de la Vida, Anselm Grün - Magdalena Bogner, Editorial San Pablo, 2008).
“Es una forma de pérdida real," dice Sandy Wasserman, coautora, con Lauren Schaffer, de 133 Maneras de Evitar Ser el Cuco Cuando sus Hijos Vuelan del Nido. Sostienen que la cantidad de tiempo que usted invierte en la relación con los hijos es proporcional a la cantidad de sufrimiento una vez que ellos se van.
Una buena salida pasa por la prevención, o sea, preparase para cuando los hijos “vuelen”.
El “nido vació” constituye un drama, si los padres no toman conciencia de que esto puede ser el inicio de una nueva y maravillosa forma de relación, mucho más profunda e intensa. Para ello, resulta necesario empezar a elaborar proyectos propios, sin esperar que sus hijos cubran los vacíos afectivos.
Ante todo, habrá que acomodarse a la nueva situación. Todo vuelve a ser de dos, como en el principio, cuando recién empezaban a soñar con la construcción de una familia. El bullicio de los hijos ahora se convierte en silencio que debe aprovecharse para un reencuentro.
Se dispone de más tiempo para disfrutar de una mayor libertad y para revitalizar, en todo sentido, a la pareja: por ejemplo, redescubrir los intereses en común, buscar una renovada intimidad sin el temor a ser interrumpidos.
Muchas son las parejas que sienten temor frente a esta nueva etapa. Magdalena Bogner, en el libro ya citado arriba, afirma: El amor entre dos personas siempre está marcado por la necesidad de protección por un lado y de libertad, por otro. Ambas cosas son necesarias para avanzar con confianza en la vida en común que han emprendido. La tensión entre la capacidad de respetar el modo de ser del otro alegrándose por su búsqueda y su crecimiento, y la amorosa preocupación por su bienestar determina la convivencia. En toda familia, debe mantenerse y cumplirse.
A buen entendedor sobran las palabras. Depende de cada uno hacer del nido vacío un lugar de felicidad.
Una de esas etapas cobra una cierta singularidad, y los psicólogos han denominado síndrome del nido vacío: acontece cuando los hijos se emancipan y abandonan el hogar. Debido a que se trata de un diagnóstico clínico-médico o psicológico, es difícil encontrar estadísticas acerca de cuántas personas lo experimentan.
No es fácil vivir la experiencia de un hijo que parte. En la ausencia, se generan sentimientos de extrañeza, nostalgia, soledad, pérdida. Si bien es una crisis personal, que puede provocar fatiga, problemas sexuales, ansiedad, desinterés por las actividades cotidianas, este síndrome se origina, generalmente, en padres que hicieron de la familia el centro de su vida, restándole dedicación, durante esos años, a la pareja o a sus propios proyectos.
La mayoría de los autores que han tratado de explicar este síndrome han impreso sobre él una carga negativa. Se habla de la posibilidad de desarrollo de una depresión, un trastorno afectivo enmascarado, de características depresivas, donde reinan los sentimientos de tristeza y de pérdida.
Se manifiesta, más comúnmente, en las madres, encargadas de velar por el hogar y la familia, postergando sus intereses en bien de los demás. Ellas sienten el vacío del nido como un vacío en su identidad. Los padres no están exentos de vivirlo, dado que los roles familiares clásicos, hoy son funcionales, como consecuencia de los cambios sociales, laborales y culturales. El riesgo se incrementa cuando coincide la emancipación de sus hijos con la jubilación laboral. Tanto las unas como los otros deben reconocer que están experimentando una pérdida y que es normal que esto duela. Hacer un duelo por la familia que fue implica un montante de angustia por los lazos que se modifican.
Además de protegerse mutuamente y proporcionarse un hogar, el gran desafió que enfrentan las familias es el de soltar, dejar en libertad… La gran tarea, en todas las fases de crecimiento familiar, es ante todo, para los padres, la de desprenderse” (La Aventura de la Vida, Anselm Grün - Magdalena Bogner, Editorial San Pablo, 2008).
“Es una forma de pérdida real," dice Sandy Wasserman, coautora, con Lauren Schaffer, de 133 Maneras de Evitar Ser el Cuco Cuando sus Hijos Vuelan del Nido. Sostienen que la cantidad de tiempo que usted invierte en la relación con los hijos es proporcional a la cantidad de sufrimiento una vez que ellos se van.
Una buena salida pasa por la prevención, o sea, preparase para cuando los hijos “vuelen”.
El “nido vació” constituye un drama, si los padres no toman conciencia de que esto puede ser el inicio de una nueva y maravillosa forma de relación, mucho más profunda e intensa. Para ello, resulta necesario empezar a elaborar proyectos propios, sin esperar que sus hijos cubran los vacíos afectivos.
Ante todo, habrá que acomodarse a la nueva situación. Todo vuelve a ser de dos, como en el principio, cuando recién empezaban a soñar con la construcción de una familia. El bullicio de los hijos ahora se convierte en silencio que debe aprovecharse para un reencuentro.
Se dispone de más tiempo para disfrutar de una mayor libertad y para revitalizar, en todo sentido, a la pareja: por ejemplo, redescubrir los intereses en común, buscar una renovada intimidad sin el temor a ser interrumpidos.
Muchas son las parejas que sienten temor frente a esta nueva etapa. Magdalena Bogner, en el libro ya citado arriba, afirma: El amor entre dos personas siempre está marcado por la necesidad de protección por un lado y de libertad, por otro. Ambas cosas son necesarias para avanzar con confianza en la vida en común que han emprendido. La tensión entre la capacidad de respetar el modo de ser del otro alegrándose por su búsqueda y su crecimiento, y la amorosa preocupación por su bienestar determina la convivencia. En toda familia, debe mantenerse y cumplirse.
A buen entendedor sobran las palabras. Depende de cada uno hacer del nido vacío un lugar de felicidad.
Por Joaquín Rocha
Psicólogo- Especialista en Educación para la Comunicación
Fuente: San Pablo on Line
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