jueves, 21 de mayo de 2009

La familia hoy: ¿crisis o diversidad? (1a Parte)

Definir hoy a la familia no es una tarea fácil. Los cambios constantes y abruptos de la sociedad la han convertido en un ícono interesante de develar, aunque no se discute que constituya un núcleo indispensable para el desarrollo de un individuo, para su supervivencia, maduración y para su crecimiento como persona.
La mayoría de los estudiosos plantea la familia como la estructura social básica, el tipo de comunidad perfecta donde convergen todos los aspectos de la sociedad: económicos, culturales, jurídicos, políticos, etc. A lo largo del tiempo, esta convergencia le ha otorgado una dinámica y un desplazamiento, logrando que la frase “la familia no es lo que era” cobrara realidad.

Para comprender qué es la familia hoy, debemos realizar un rastreo socio-histórico, sin invadir el terreno de los sociólogos. Una familia se construye con el encuentro y la relación entre un hombre y una mujer que quieren unirse, en un proyecto de vida común, mediante el afecto, del cual surgirán, después, los hijos. Aquí aparece una de las primeras funciones que se ha mantenido a través de la historia y en todas las sociedades: la reproducción.

Cuando un individuo nace, la familia lo provee no sólo de los cuidados primarios, como alimento y casa, sino de amor, atención y respeto, enseñándole a sociabilizarse y adquirir autonomía e identidad propia. El seno familiar debe ser el principal refugio para una persona, debe ser el lugar donde reciba el apoyo y la ayuda en los momentos de crisis. Sin embargo, el desequilibrio social que se vive hoy repercute en la familia, con la consecuencia inmediata del no cumplimiento adecuado de sus funciones, ya sea de cara a sus miembros o de cara a la sociedad. Esto deriva en una serie de conflictos como el abandono de los hijos, el maltrato, desarraigo, la no trasmisión de pautas culturales y ausencia de hábitos adecuados.

En cada familia, los miembros deben cumplir roles específicos, no intercambiables. Un hijo no debe ejercer el papel de padre, como un padre no puede ocupar el lugar del hijo. Si bien debe existir siempre una vinculación íntima y permanente, los progenitores son los encargados de la crianza y manutención biológica y psicológica de los hijos. Es interesante la descripción que hace Jorge Bucay, en su libro El Camino del Encuentro, sobre el vínculo que une a padres e hijos: “Todos tratamos a nuestros hijos de la misma manera, con el mismo amor y, a veces, tristemente, con el mismo desamor que tenemos por nosotros mismos. Alguien que se trata bien a sí mismo podrá tratar muy bien a sus hijos.
Alguien que se maltrata va a terminar maltratando a sus hijos. Y posiblemente, alguien que viva abandonándose a sí mismo, será capaz de abandonar a un hijo porque no hay otra posibilidad más que hacerles a nuestros hijos lo mismo que nos hacemos a nosotros. Como hijos de nuestros padres, nosotros no sentimos que ellos sean una prolongación nuestra, y de hecho no lo son. Mis hijos son para mí un pedazo de mi vida, y por eso los amo incondicionalmente, pero yo no lo soy para ellos. La sensación de pertenencia y de incondicionalidad es de los padres para con los hijos, pero de ninguna manera de los hijos para con los padres”.

Saber cuál es el rol que le corresponde al padre y a la madre resulta de suma importancia. Se pueden compartir actividades culturales, deportivas, de entretenimiento con los hijos, como discutir ideas y noticias, pero siempre desde el lugar de padres y no como “un amigo más”. Es necesario, para la conservación de la integridad de la familia y de sus miembros, poner límites, expresar valores y fijar posiciones claras, las negociables y las no negociables, siempre dentro de un marco de diálogo, de comprensión y entendimiento.

Sin lugar a dudas, la familia es el lugar insustituible para formar a una persona, para configurar y desarrollar su individualidad y originalidad.

Por: Joaquín Rocha. Psicólogo Especialista en Educación para la Comunicación
Fuente: San Pablo on Line

No hay comentarios.: