Retomando luego de unas cortas vacaciones me pareció importante compartir esta reflexión del Cardenal y Arzobispo de la Arquidiócesis de Buenos Aires, Mons. Jorge Mario Bergoglio, pero antes, quisiera hacer una reflexión personal.
Su lectura, al menos a mí, me ha provocado un sacudón, dándome cuenta de la verdad que contiene eso de que el acostumbramiento nos hace casi insensibles a lo que sucede a nuestro alrededor. Insensibles y cobardes, porque en lugar de ponernos de pie y seguir luchando para contribuir a la paz y la concordia, seguimos en la inercia, en la comodidad, pero ojo, la comodidad no es provocada por abandono sino por la imposibilidad de seguir luchando en lugares que, a pesar de la intervención de cada uno, con la mejor buena voluntad y tratando de adquirir los elementos que son necesarios para afrontar una tarea difícil, nos enfrenta a diario con el escepticismo de muchos dirigentes, incluso dentro de la Iglesia.
Algunos sacerdotes, cuando alguien les propone un cambio, se encargan abiertamente de aplastar rápidamente cualquier intento de algo nuevo, por lo tanto, el acostumbramiento también los ha alcanzado a ellos y lamentablemente, es poco lo que los laicos podemos hacer, especialmente los que hace tiempo caminamos y participamos y ponemos nuestro granito de arena.
La Iglesia se ha mimetizado con la dirigencia política; ¿en qué sentido digo ésto?, en el sentido de que ya no sabemos a quién creerle porque hay mucha crítica de unos hacia otros, no hay respeto ni por las investiduras ni por los años, ni por la sapiencia, se pretende, en muchos casos igualar; y sí, somos todos iguales a los ojos de Dios pero tal como dice San Pablo, no todos tenemos la misma misión y unos serán maestros, otros discípulos, otros tendrán el don de gobernar...pero todos somos servidores de Cristo y estamos para colaborar con Él en la instauración del reinado de Dios, cada uno desde su carisma, para éso los reparte el Espíritu Santo eligiendo a los que pueden y saben responder a su llamado.
El acostumbramiento nos anquilosa y nos paraliza y terminamos renunciando porque ya no sabemos y no tenemos con quién compartir y reflexionar lo que nos pasa, las comunidades parroquiales se cierran sobre sí mismas y sus miembros, o se acostumbran al estilo de gobernar la parroquia del párroco de turno, o deben retirarse y buscar otro lugar. Así se van miembros muy valiosos en una parroquia y son reemplazados por aquéllos que dicen sí y amén más al párroco que a Jesús. Una pena ver lo que está sucediendo en la Iglesia y es en ese sentido que lamentablemente la comparo hoy con la clase política.
El acostumbramiento nos anquilosa y nos paraliza y terminamos renunciando porque ya no sabemos y no tenemos con quién compartir y reflexionar lo que nos pasa, las comunidades parroquiales se cierran sobre sí mismas y sus miembros, o se acostumbran al estilo de gobernar la parroquia del párroco de turno, o deben retirarse y buscar otro lugar. Así se van miembros muy valiosos en una parroquia y son reemplazados por aquéllos que dicen sí y amén más al párroco que a Jesús. Una pena ver lo que está sucediendo en la Iglesia y es en ese sentido que lamentablemente la comparo hoy con la clase política.
Yo no quiero una Iglesia democrática que sea anárquica y que no tenga claros sus fines, pero tampoco quiero una Iglesia autoritaria que excluya y discrimine a quienes no responden a los parámetros que algunos exigen como condición para realizar una misión pastoral.
Hace unos años, los excluidos parecían ser los divorciados vueltos a unir pero hoy, para trabajar con la familia, no es suficiente condición tener el sacramento del matrimonio y una vida hogareña saludable, parece que se necesita más figuración social, comenzando por participar ambos cónyuges en la misma tarea, juntos, tomaditos de la mano y poniendo cara de santidad aunque, se conocen muchos casos en que la forma con se condice con el fondo.
Pero a todo nos acostumbramos, y nos vamos autodiscriminando y, si resistimos, llega el momento en que se nos dirá "amablemente" que ya hemos cumplido una etapa. Una vez escuché que en la Iglesia nadie se jubila y es cierto, la única tarea que no debemos dejar de practicar es la oración, y orar principalmente por los sacerdotes y su misión en la Iglesia y en el mundo actual, desde el Papa para abajo.
También oremos por nosotros, los laicos que teniendo por nuestro Bautismo el mandato de ir y evangelizar, podamos seguir realizando nuestra misión evangelizadora en nuestra familia, en la escuela, en el trabajo y en todos los lugares donde sea necesario.
La Cuaresma es un tiempo de replanteo y conversión del corazón, le pido al Señor que borre de mi corazón todo rencor, resentimiento, vanidad, soberbia, deseo de aparentar y haga florecer un corazón nuevo dedicado a entregarse al amor incondicional más allá de las miserias personales para ser capaz de amar como Cristo me ama.
Pero a todo nos acostumbramos, y nos vamos autodiscriminando y, si resistimos, llega el momento en que se nos dirá "amablemente" que ya hemos cumplido una etapa. Una vez escuché que en la Iglesia nadie se jubila y es cierto, la única tarea que no debemos dejar de practicar es la oración, y orar principalmente por los sacerdotes y su misión en la Iglesia y en el mundo actual, desde el Papa para abajo.
También oremos por nosotros, los laicos que teniendo por nuestro Bautismo el mandato de ir y evangelizar, podamos seguir realizando nuestra misión evangelizadora en nuestra familia, en la escuela, en el trabajo y en todos los lugares donde sea necesario.
La Cuaresma es un tiempo de replanteo y conversión del corazón, le pido al Señor que borre de mi corazón todo rencor, resentimiento, vanidad, soberbia, deseo de aparentar y haga florecer un corazón nuevo dedicado a entregarse al amor incondicional más allá de las miserias personales para ser capaz de amar como Cristo me ama.
María Inés Maceratesi
Carta del Arzobispo con motivo del Gesto Cuaresmal solidario 2010
«Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios». ( 2
Cor 6,2)
«Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios». ( 2
Cor 6,2)
Una de las cosas más desgastantes que nos puede suceder es caer en las garras del acostumbramiento. Tanto a lo bueno como a lo malo. Cuando el esposo o la esposa se acostumbra al cariño y a la familia, entonces se deja de valorar, de dar gracias y de cuidar delicadamente lo que se tiene. Cuando nos acostumbramos al regalo de la fe, la vida cristiana se hace rutina, repetición, no da sentido a la vida, deja de ser fermento.
El acostumbramiento es un freno, un callo que aprisiona al corazón, vamos «tirando» y perdemos la capacidad de «mirar bien» y dar respuesta.
¡Estamos en riesgo!. Como sociedad poco a poco nos hemos acostumbrado a oír y a ver, a través de los medios de comunicación, la crónica negra de cada día; y lo que aún es peor, también nos acostumbramos a tocarla y a sentirla a nuestro alrededor sin que nos produzca nada o, a lo sumo, un comentario superficial y descomprometido.
La llaga está en la calle, en el barrio, en nuestra casa, sin embargo, como ciegos y sordos convivimos con la violencia que mata, destruye familias y barrios, aviva guerras y conflictos en tantos lugares, y la miramos como una película más. El sufrimiento de tantos inocentes y pacíficos dejó de cachetearnos, el desprecio a los derechos de las personas y de los pueblos, la pobreza y la miseria, el imperio de la corrupción, de la droga asesina, de la prostitución obligada e infantil pasaron a ser moneda corriente, y pagamos sin pedir recibo aunque tarde o temprano se nos va a pasar la factura.
Todas estas realidades, y muchas más, no son mudas, nos gritan a cada uno de nosotros y nos hablan de nuestra limitación, de nuestra debilidad, de nuestro pecado… a pesar de que «nos hayamos acostumbrado».
El acostumbramiento nos dice seductoramente que no tiene sentido tratar de cambiar algo, que no podemos hacer nada frente a esta situación, que siempre ha sido así y que sin embargo sobrevivimos. Por el acostumbramiento, dejamos de resistirnos permitiendo que las cosas «sean lo que son», o lo que algunos han decidido que «sean».
La Cuaresma, providencialmente, viene a despabilarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, en nuestro andar por inercia. Las palabras de Joel son una clara invitación: vuelvan a Dios. ¿Por qué? Porque algo no va bien en nosotros mismos, en la sociedad o en la Iglesia, y necesitamos cambiar, dar un viraje, convertirnos. Sí es posible algo nuevo, sencillamente porque nuestro Dios fiel sigue siendo rico en bondad y misericordia y está siempre dispuesto a perdonar y empezar de nuevo.
Somos invitados a emprender un camino cuaresmal, un camino que incluye la cruz y la renuncia, camino de penitencia real y no superficial, de un ayuno de corazón y no por la ocasión - «Desgarren su corazón y no sus vestiduras» - (Joel 2, 12)
Un camino en el cual, desafiando el acostumbramiento abramos bien los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón para dejarnos «descolocar» por lo que sucede a nuestro alrededor. Cuando miramos con hondura y no nos damos respuestas prearmadas, la vida de nuestros hermanos con sus angustias y esperanzas nos va descolocando y nos pone en un lugar distinto no exento de riesgos. Pero sólo así, ahí, cuando su sufrimiento nos toque hiriéndonos y el sentimiento de impotencia se haga más profundo y nos duela, encontraremos nuestro camino real hacia la pascua. – «A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él»- (2 Cor 5,21)
Sólo como un signo de lo que debe ser nuestra actitud vital de discípulos a lo largo de todo el año se inscribe el gesto Solidario de Cuaresma que realizamos en la Arquidiócesis desde hace varios años. Entrenar el corazón para no mutilar nuestra capacidad de asombro y de dolor; para que la realidad no nos sea indiferente y podamos con gestos concretos experimentar que no «hemos recibido en vano la gracia de Dios».
Así como lo dije en la Misa por las víctimas del terremoto en Haití, le pedimos a la Virgen que se meta en nuestro corazón, nos señale tantos dolores y nos empuje a hacer oración, penitencia, limosna, despojo de algo que nos guste o que tengamos en favor de Jesús en los demás.
Y recemos unos por otros para que el ejercicio del amor al prójimo nos haga crecer en el amor a Dios, a quien buscamos desde nuestro corazón, a quien adoramosy con quien queremos encontrarnos.
Y recemos unos por otros para que el ejercicio del amor al prójimo nos haga crecer en el amor a Dios, a quien buscamos desde nuestro corazón, a quien adoramosy con quien queremos encontrarnos.
Afectuosamente,
Cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j.
Arzobispo de Buenos Aires
Buenos Aires, 17 fe febrero de 2010
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