Por Javier Úbeda Ibáñez
La mayoría de los códigos deontológicos consideran el respeto a la verdad como el primer principio ético que ha de inspirar el comportamiento de todo profesional de la información. Sin embargo, la práctica cotidiana del periodismo se aleja en demasiadas ocasiones de este criterio moral. El periodista, como individuo, recibe presiones de todo tipo: el empresario o director marcan líneas de información, los intereses políticos o económicos a los que se debe su medio promueven comportamientos de escasa calidad moral... La verdad no es en muchos casos objetivo fundamental de la información periodística. A veces ésta se realiza omitiendo datos esenciales de un hecho, deformando el material informativo, por no hablar de las ocasiones en las que se pretende adoctrinar, manipular y, en definitiva, engañar antes que transmitir con el máximo rigor la complejidad de los hechos.
Hay que tener en cuenta que, en el periodismo, el concepto de verdad que se maneja es de carácter, podríamos decir, procedimental. ¿Qué es la verdad de un hecho? ¿Cómo sabemos si estamos contando la verdad? Todos tenemos prejuicios, presupuestos, intereses, de los cuales ni siquiera somos conscientes en muchas ocasiones. También los informadores. Por eso mismo, la verdad periodística consiste en un procedimiento, en un modo de trabajar, según el cual –como señalan la mayoría de los códigos éticos- el profesional tiene el deber de contrastar las fuentes, de dar la oportunidad a las personas afectadas por una información a que ofrezcan su propia versión de los hechos, corregir públicamente los errores que se hayan advertido en la difusión de una información, facilitar la oportunidad de réplica de los implicados o lectores... Cumpliendo estos –y otros- procedimientos, podríamos afirmar que nos estamos acercando a la verdad informativa. Sin embargo, la realidad cotidiana del periodismo es muy otra: la precipitación, la superficialidad, la ideologización y los silencios son más comunes de lo deseable; sobre todo en temas de carácter ético, religioso o científico, que exigen, quizá, mayor rigor.
Hay que tener en cuenta que, en el periodismo, el concepto de verdad que se maneja es de carácter, podríamos decir, procedimental. ¿Qué es la verdad de un hecho? ¿Cómo sabemos si estamos contando la verdad? Todos tenemos prejuicios, presupuestos, intereses, de los cuales ni siquiera somos conscientes en muchas ocasiones. También los informadores. Por eso mismo, la verdad periodística consiste en un procedimiento, en un modo de trabajar, según el cual –como señalan la mayoría de los códigos éticos- el profesional tiene el deber de contrastar las fuentes, de dar la oportunidad a las personas afectadas por una información a que ofrezcan su propia versión de los hechos, corregir públicamente los errores que se hayan advertido en la difusión de una información, facilitar la oportunidad de réplica de los implicados o lectores... Cumpliendo estos –y otros- procedimientos, podríamos afirmar que nos estamos acercando a la verdad informativa. Sin embargo, la realidad cotidiana del periodismo es muy otra: la precipitación, la superficialidad, la ideologización y los silencios son más comunes de lo deseable; sobre todo en temas de carácter ético, religioso o científico, que exigen, quizá, mayor rigor.
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