lunes, 28 de julio de 2014

Redescubrir "Lo que se ha debilitado en la conciencia cristiana"

 
Una cuestión esencial de la vida de la fe, una de las piezas maestras sobre las que se construye el ser religioso cristiano, es la conciencia de que la vida aquí constituye un paso para transformarnos y lograr la plenitud con Dios. En este proceso, la muerte no es una barrera detrás de la cual hay algo desconocido, sino el mecanismo físico que facilita la transformación definitiva. En la tradición del Antiguo Testamento, ningún ser humano vivo puede ver a Dios, no tanto como una prohibición sino por la limitación material que entraña la vida, a la que le resulta imposible vivir sin espacio ni tiempo, y este es precisamente la característica de Dios, y de la vida con él.

Nuestro tiempo actual forma parte de la vida futura después de la muerte, de forma semejante a como la vida del no nacido precede a la actual. En él se da también un cambio de fase con el nacimiento, de ahí que morir sea como nacer de nuevo. Pero esta conciencia tan esencial en el cristianismo ha quedado difuminada, al menos en nuestra sociedad. La propia Iglesia ha contribuido a ello al dejar en un segundo plano el “más allá” y su significado, y centrarse mucho en el simple ahora.

La idea de la vida actual como tránsito no puede entenderse, es una crítica habitual, como un despreocuparse de todo lo que aquí acaece. No se trata de ignorar ni muchos menos, sino de situarlo en la perspectiva correcta. La razón es muy evidente. La transformación necesaria que debe culminar en cada uno de nosotros para alcanzar la relación con Dios se basa en la trascendencia; en relación a Él, y en relación a las demás personas, esa trascendencia se alcanza por la donación que busca el bien, el vínculo del amor. Realizarnos en esta vida provisional significa aprender y practicar el amor, mucho y fuerte. Y este es el equilibrio entre desapego mundano y servicio a los demás, al prójimo, en su memoria –pasado-, experiencia de vida -presente-, y proyecto –futuro-. Amar para hacer posible la felicidad en el mundo, liberando del pecado y de la opresión de sus estructuras al ser humano. Incluso el cristiano que se retira del mundo buscando la intimidad con Dios se une con la fuerza de su oración a los demás hombres y mujeres, construye su trascendencia horizontal con la fuerza de la oración.

Si se olvida esto, sino se enseña, sino se aprende desde joven, el sentido de la vida cristiana se transforma en una caricatura; ritualista en algunos casos, un monumento al individualismo religioso, donde lo que es camino de salvación, los sacramentos, la piedad, se transforman en pequeñas rutinas, porque les falta la misericordia. Y también caricatura cuando el cristiano acaba por convencerse de que lo que cuenta es lo que trasforme el “aquí”, lo que acaba por conducir a una perspectiva de la vida cerrada en lo finito, donde es fácil que termine imperando la lógica del poder: sentirse poderoso primero para transformar después, quizás ni eso; solo por la satisfacción de sentirlo, de satisfacer las pasiones humanas, que pueden ser de sexo y dinero, sí, pero que también son de gloria y reconocimiento. El fin ya no es el otro, sino lo que obtenemos de él.

Solo la meditación ante la transitoriedad de esta vida, la contemplación de la propia muerte sin sentido de lo morboso, sino como paso necesario, el profundizar en la experiencia de Dios ahora y aquí, la donación y el servicio a los demás, la conciencia de que la vida realizada plenamente no es la de la crisálida o la oruga, sino la de la mariposa que vuela y deja de arrastrase por el suelo, solo esta conciencia permitirá revitalizar el cristianismo, que en último tiempo es el anuncio radical del propio Dios sobre la vida eterna, y la perspectiva adecuada de la vida presente, con felicidad o sufrimiento, holguras o estrecheces, para alcanzarla.

Sería bueno que los cristianos abandonáramos el remilgo de plantear la provisionalidad del ahora, el papel de la muerte y la vida eterna, y reflexionar sobre lo que ella ocasiona, juicio, cielo, infierno en términos actuales, sin cargas insoportables, ni tenebrismos tan poco cristianos, pero también sin cortoplacismos y miradas cegatas, sin trivialidad intrascendente.

Fuente:  ForumLibertas.com


No hay comentarios.: