miércoles, 8 de abril de 2015

Redescubrir el rol de la mujer en la Iglesia a partir de la Iglesia Doméstica.



Ya se cumplieron dos años de que el Papa Francisco está conduciendo este tiempo de la Iglesia. Recuerdo que Juan Pablo II decía que el siglo veintiuno sería espiritual o no sería y me puse a pensar cuántas acciones renovadoras está realizando el actual Papa en ese sentido, resaltando el valor de una espiritualidad encarnada en la vida diaria, especialmente en lo concerniente al matrimonio y la familia, asunto sobre el cual esperamos ávidamente el resultado del próximo Sínodo a realizarse en Roma del 5 al 19 del próximo mes de octubre de 2015.

Entre los asuntos pastorales que preocupan al Papa Francisco, ocupa un lugar importante el rol y la participación de la mujer en la Iglesia . Circulan numerosas teorías de cómo debería ser esa participación pero, la más preocupante a mi entender, es la que procura establecer una igualdad de roles entre hombres y mujeres que, al menos en principio, iría en una dirección errónea.

¿Por qué errónea se preguntarán algunos? ¿Acaso no es saludable buscar la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Acaso la Iglesia no debería admitir que la participación en la pastoral fuera igual tanto para hombres como para mujeres?

Es algo que da para pensar y mucho porque hoy, todo lo que sea la búsqueda de igualdad, el asunto de la ideología de género, el tema de los derechos humanos, ha dejado lugar a la pura especulación y, cuando quienes se ocupan de dilucidar nuevas situaciones como serían los teólogos por ejemplo, a veces en lugar de aclarar, confunden.

Lo primero que tenemos que entender los cristianos es que Dios creó a la humanidad, creó al hombre y creó a la mujer y les asignó una misión, reproducirse para reproducir la humanidad. No pensó al hombre solo ni a la mujer sola, pensó en una pareja humana tal como en la naturaleza hay parejas de animales ¿para qué? para que las especies no se extingan.


Dios pensó la humanidad y puso en el centro a la familia porque ésta es una comunidad de vida, sin familia no hay generación de vida ni individuos de reemplazo de generación en generación. Y para plasmarlo se necesita tanto al hombre como a la mujer. Simplemente una referencia para ubicar el rol de la mujer en la Iglesia que no es otro que el mismo que desarrolla en la vida familiar y social, ser un canal que aporta lo que el hombre no posee. Ambos somos necesarios, tanto el hombre como la mujer. Luego se resolverán las cuestiones de modo de participación en la Iglesia pero, como mujer que participó y participa de la vida eclesial, no me parece justo que se esté tildando desde ciertos sectores parroquiales al Papa Francisco como "machista" porque quienes tildan de "machistas" son las mujeres "feministas" y las oposiciones no son buenas, los "ismos" como machismo o feminismo no deberían ser categorías con las cuales evaluar ciertas cuestiones; de hecho solamente lo hacen quienes se sienten afectados por situaciones pasadas o presentes en las que se los ha discriminado, rebajado, ignorado. Pero no es el caso del Papa Francisco que, cuando era el Arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Jorge Mario Bergoglio, tenía un tratamiento equitativo que iba mucho más allá del sexo masculino o femenino.

Lo que sucede hoy es que la ideología de género ha invadido toda actividad humana pero consiste en un concepto puramente político que no debería alcanzar ni a la familia ni a la Iglesia porque se limita a un sector de la población femenina y/o masculina que valora mucho más la individualidad de la persona que la complementariedad pensada por Dios para el ser humano. No rebaja a la mujer realizar de manera diferentes tareas que los hombres realizan de otro modo, no tiene que igualarse la mujer y dejar su femineidad de lado para hacerse valer porque tanto el hombre como la mujer tienen una distinción propia que los caracteriza, una delicadeza femenina que no anula la firmeza de carácter que imprime a sus actos y en el caso del varón,  una fortaleza masculina que nos hace sentir protegidas y amparadas. La verdad que sería muy aburrido que nos igualáramos tanto y en todo que no pudiéramos tener la oportunidad de descubrir uno en el otro lo que nos complementa.

Por más que se apele a buscar igualarnos, nunca lo lograremos porque estaríamos anulando lo que Dios dispuso, lo demás son cuestiones menores, no me hace más servidora de la Iglesia estar arriba de un altar exhibiendo un pedacito de poder, me hace más servidora de Jesús y de mi prójimo, estar en el lugar que me necesite la comunidad pero el primer lugar, la primera iglesia que necesita de mi colaboración es la Iglesia doméstica, mi familia. No tengo por qué pelear para subir a los codazos desplazando a otros, tengo que tener la humilad de María que no se hizo grande por el reconocimiento de sus pares sino por ser Madre y actuar como tal, con amor y paciencia y sobre todo reconociendo su ser MUJER .

Como mujer quiero tener la posibilidad de integrar una Iglesia comunidad de discípulos misioneros que se comprometa a dar a cada uno el lugar que le corresponde sin que nadie se sienta discriminado por sexo, edad o formación porque hay un lugar para todos en esa gran familia creada por Dios mismo.

María Inés Maceratesi

Preguntas para la reflexión:

¿Por qué la familia es la Iglesia Doméstica?
¿Qué entendemos por Iglesia? ¿Es el lugar a dónde vamos a rezar o a realizar una acción pastoral?; ¿Tenemos que preguntar qué es la Iglesia o quién es Iglesia?
¿Es necesario que la mujer luche por un lugar en la Iglesia que supuestamente no le otorgan los clérigos?
La Iglesia es una comunidad y la familia es una comunidad. ¿Qué es lo que une ambas comunidades?



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