Conmemorando este día especial, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires elaboró este breve informe que tenemos el gusto de transcribir.
Viejos oficios
Con motivo de la conmemoración del Día del Trabajador rendimos un homenaje a todos aquellos viejos oficios de nuestra Ciudad.
El colchonero, el cloaquista, el lechero, el fotógrafo de la plaza, el paragüero, el sombrerero y muchos otros simpáticos trabajadores más que recorrían las calles de Buenos Aires que aún se alumbraba a kerosén. Estos hombres eran portadores de un saber artesanal en donde la experiencia y la dedicación jugaban un papel fundamental. Solucionaban y atendían las necesidades de una ciudad que estaba en continuo crecimiento.
El progreso y los avances técnicos acabaron con muchos de estos viejos oficios, sin embargo y, si estamos atentos, aún podemos encontrar en los barrios porteños algunos de estos oficios y trabajos que persisten en el tiempo.
Para revivir la memoria de los que ya peinan canas, o para conocer aquellos trabajos de los que hoy nos resulta difícil creer que existan, te presentamos y describimos algunos de ellos.
El fotógrafo de la plaza
En ningún parque o paseo de Buenos Aires con pretensiones de importancia faltaba el “fotógrafo de la plaza”. Estos personajes llevaban puesto un guardapolvo gris y una gorra que podía ser la clásica o, en muchos casos, una gorra vasca que nada tenía que ver con la nacionalidad del fotógrafo.
Para los niños, el fotógrafo, era un misterioso mago que atrapaba su atención en medio de extraños procesos. La antigua maquina fotográfica consistía en una caja de aproximadamente 40 centímetros de alto por 30 de ancho, sostenida por un trípode. Desde un piolín colgaba una tapa negra que servia para abrir o cerrar la entrada de luz. Además, en la parte superior de la máquina se encontraba una tabla de 50 centímetros en la que el fotógrafo ponía el negativo. Luego, lo retiraba y lo introducía en una cubeta a la que se había colocado un líquido revelador y, de esa manera, empezaba a aparecer sobre el papel blanco figuras de tonos marrones que luego se fijarían en negro. Después de este proceso, al fin aparecía, un poco húmeda, la mágica y ansiada foto que se introducía en un sobre y se entregaba al cliente. La fotografía en la plaza era un recuerdo de paseos domingueros que las familias porteñas apreciaban y guardaban con mucho cariño.
El ropavejero a domicilio
Su modalidad de venta era la recorrida casa por casa, barrio por barrio y, en muchas oportunidades, ofrecía el pago en pequeñas cuotas mensuales. Además de vender, compraban e intercambiaba ropa. Estos comerciantes eran en su mayoría miembros de la colectividad judía.
Su mercadería consistía en ropa usada de hombre, mujer o niño y cuando el ropavejero no tenía lo que se le pedía se comprometía a conseguirlo para la próxima semana. Este amigable vendedor representaba una verdadera ayuda, sobre todo, para aquellas familias numerosas y de bajos recursos que habitaban los barrios periféricos de la Ciudad.
El “Turco” vendedor de baratijas
Su mercadería consistía en ropa usada de hombre, mujer o niño y cuando el ropavejero no tenía lo que se le pedía se comprometía a conseguirlo para la próxima semana. Este amigable vendedor representaba una verdadera ayuda, sobre todo, para aquellas familias numerosas y de bajos recursos que habitaban los barrios periféricos de la Ciudad.
El “Turco” vendedor de baratijas
A ciencia cierta, no se sabe si estos vendedores provenían de Turquía, lo cierto es que, independientemente del lugar donde hubieran nacido, la gente los conocía como el “el turco de las baratijas”.
Eran vendedores a domicilio recorrían los barrios y pasaban por todas las casas. Muchas veces sus clientes eran las amas de casa o el personal de servicios de las familias acaudaladas. Ofrecían relojes, pulseras, collares de fantasía, hilo para coser, agujas, ovillos de lana y revistas que enseñaban a tejer, entre otros miles de productos disímiles que estos simpáticos vendedores transportaban en un carrito de mano.
En la mayoría de las oportunidades, el turco, entregaba sus mercaderías y pasaba a cobrar al mes próximo. Estos graciosos comerciantes recorrían las cuadras del barrio al grito de “veine y veineta” y solucionaban una cantidad de necesidades de aquella población porteña sin mayores recursos.
Colchonero, puerta a puerta
A domicilio y en su casa. Iba con la máquina de cardar la lana; se descosía el cotín, cardaba la lana y lo volvía a armar, poniéndolo más prolijo con los correspondientes botones que formaba el “Capitoné”.
El Almacenero del barrio
Antes del apogeo de los supermercados, el almacén del barrio era el lugar que nos preveía de casi todo lo necesario en cuestión de alimentos. Los almaceneros vendían todo suelto: fideos, yerba, azúcar, aceite, galletitas...Lo envolvían en “papel de almacén”, y tenían una forma característica de hacerlo, dejándole al paquete como dos orejitas en el final del envoltorio.
Polleros, los orígenes del delivery
Polleros, los orígenes del delivery
Te vendía el animalito vivo en tu casa. Cuando llegó el “progreso”, lo comprabas en el puesto del mercado: lo elegías, lo mataba y te lo pelaba..... ¡Ay que triste!... ¿¡quién quería ser parte de esto!?
Era un trabajador al que el dueño de casa contrataba aproximadamente una vez por mes dependiendo de la cantidad de cuartos de baño que se tuviera en el hogar. Vestía con guardapolvo azul y gorra y llegaba siempre lleno de herramientas.
Su principal medio de trabajo consistía en un balde cilíndrico con el mismo diámetro en toda su extensión. Además, contaba con baldes comunes, dos o tres trapos de piso, una o dos franelas, un caño flexible para destapar cañerías y dos grandes botellas con un fuerte y oloroso desinfectante que distribuía en los inodoros mientras que, con mucha fuerza, le pasaban un cepillo. Una vez hecha la desinfección pasaban las franelas por todas partes y terminaban su trabajo echando desinfectante en todas las rejillas de la casa. A su partida dejaban una estela de olores de fuerte sabor a desinfectante.
El lechero
La modernización del reparto de leche se llevó a cabo con la iniciativa de las empresas “La Martona” y “La Vascongada”. Estas firmas empezaron a utilizar botellas de vidrio de color verde de un litro con tapitas de cartón que luego se reemplazaron por unas metálicas. Fue así como el trabajo del lechero se simplificó. Antes de estos avances, el repartidor pasaba por las casas con un carro y un caballo en donde transportaba la leche en unas grandes vasijas metálicas. Las vecinas del barrio se acercaban cada una con su recipiente que, luego llenarían con el cremoso liquido. Mientras tanto, el obediente caballo avanzaba despacito hacia la casa del próximo cliente y a lo lejos se escuchaba una voz al grito de “a tomar la leche”.
El changador
En una ciudad como Buenos Aires apodada la porteña, es decir, la del puerto, no puede faltar el “changador”. Trabajaban en el puerto y en las estaciones del ferrocarril, su altura era lo de menos, había altos y bajos, pero todos eran corpulentos y fortachones. Iban y venían cargando en sus hombros todo tipo de mercadería, se vestían con una camisa de color indescifrable, pantalones de tiro corto sujetados por una larga faja negra y completaban su atuendo con una boina vasca. Los niños veían como superhéroes a estos “forzudos” personajes.
Nota:
Y había muchos más: el talabartero, que vendía y reparaba monturas para el caballo y otros elementos, el carbonero, que vendía el carbón que se usaba para encender cocinas y estufas; el zapatero remendón, que aún existe pero más sofisticado; el hielero, que vendía el hielo casa por casa, en barras para enfriar los alimentos que se conservaban en una heladera con puertas de zinc.
El florista, aún existe también pero antes no había puestos de flores sino que pasaba el florista a una hora determinada y las amas de casa salían corriendo a la calle para comprar flores.
El verdulero, que pasaba con su carro tirado por caballos cargado de frutas y verduras. El panadero de una panificadora "La Panificación" que vendía los primeros panes lácteos que se conocieron por aquí.
Me pareció útil agregarlos al artículo publicado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
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